Lunes 11 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Pepe Le Peu

Jéssica I. Montero Soto

¿Recuerda a Pepe Le Peu, el zorrillo apestoso de las fábulas? Es el casanova de acento francés al que todas –y todos– le huyen.

En su caso particular, se debe al hedor característico de la especie, pero, para todos los que tenemos “enfermedades de estación”, el principio es el mismo.

Si usted padece un cuadro viral, gripe o, como en mi caso, conjuntivitis, ya debe saber qué se siente cuando todos corren en dirección contraria.

¿Lo malo? Tienen razón. A uno no le queda más remedio que comprender el principio de conservación de la especie, ¡que empieza por la buena salud!

Claro, por muy racional que sea el asunto, hay circunstancias específicas, difíciles de manejar para cualquier autoestima, como cuando alguien del trabajo te dice “foco de contagio”, o la gente, aunque esté a pocos metros de ti, prefiere un correo electrónico para no pasar por el escritorio del “zorrillo”.

Y es todavía más desagradable en los casos “leves” de infección, cuando uno tiene los mismos malestares, pero no le dan una buena excusa para quedarse durmiendo en la casa. Y la gente pregunta: “¿Por qué viniste?”, como si nosotros, los enfermitos, estuviéramos felices de la vida contagiando a los demás.

De hecho, esa parte –el contagio– es la peor: además de sentirnos mal, estar con las defensas bajas y ser blanco de las miradas desconfiadas de los compañeros, ¡quedamos inhabilitados para recibir cariño!

Es que no tenemos intención de enfermar a la gente que nos importa, ¡ni ellos quieren enfermarse! Sin remedio, nos aguantamos: nada de chineos hasta que se vaya el virus. Y llega la iluminación celestial: “¡Debo aprovechar más mis ratos de buena salud!”.

Éste es el momento de los propósitos de enmienda: “En cuanto me cure, me daré a la tarea de reponer este tiempo de forzosa abstinencia”. Digamos que el condenado virus dejará algo bueno, después de todo.

Si usted está enfermo, me entiende (a menos que toda su familia esté enferma y usted incapacitado, en casa, sufriendo solo malestares internos). Pero, si goza de buena salud, tenga cuidado con los “pepes le peu” que estamos en la calle, porque también tenemos nuestro corazoncito.

Y no olvide que son enfermedades de estación: en el momento menos pensado, ¡podrían tocar a su puerta!

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