Construcciones del género
Yolanda Hurtado Jiménez
El término “género” es propio de las ciencias sociales desde la década de los 50 con John Money y se refiere a las diferencias de las conductas atribuidas a los varones y las mujeres. Por tanto, los modos de pensar, de sentir y de comportarse hombres y mujeres, son producto de las construcciones sociales y familiares que se hacen diferenciando a hombres y mujeres; esta diferenciación no solo produce diferencias entre lo femenino y lo masculino, sino que a la vez, estas diferencias “implican desigualdades y jerarquías entre ambos” (Burin, M.).
Dichas construcciones ponen a la mujer en situación de desventaja, provocando la naturalización de la violencia, pues los hombres han sido socializados para asumir un papel de dominación y supremacía y las mujeres un papel sexual-social de subordinación y sumisión.
Kashaky, E. y Sharrat, S., psicólogas, logran identificar en Costa Rica los atributos que se le asignan a los géneros, entre ellos cito por ejemplo: MASCULINO: dominante, que no demuestra emociones, sexual, intelectual, autosuficiente, enérgico, que conoce el mundo, posesivo, fuerte de carácter entre otros. FEMENINO: sumisa, débil de carácter, pura, inocente, fácil de convencer, con miedos, sufrida, romántica, ingenua.
Este proceso socializador que hemos venido por años construyendo y sosteniendo, sacrifica el desarrollo del potencial que tienen los niños y las niñas. Urgimos de una ruptura de paradigmas que polarizan las relaciones de géneros, para lanzarnos a la construcción de un modo nuevo de ser hombres y mujeres a través de relaciones de equidad y justicia, donde nadie tenga poder por su género para manipular, destruir o anular a la otra persona.
Las construcciones hasta hoy hechas, han roto a nuestras familias, anulando a muchas mujeres, dejándolas desprovistas del derecho de sentir, de pensar en voz alta, de elegir, de autorregular sus vidas e incluso su sexualidad, mujeres que murieron y otras que viven sin poder tener una identidad propia, sino que solo tienen una identidad asignada.
Hombres que por dichas construcciones han pagado y pagan un precio altísimo perdiéndose muchos de ellos la crianza de sus hijos, el poder abrazarlos, el acompañarlos en las tareas educativas, el cambiarles pañales o bañarles, o ayudarles a aliviar un cólico, han sufrido en una sociedad que les pone en duda si lloran, si hablan de sus sentimientos, una sociedad que los ha limitado a proveer en el núcleo familiar.
Estamos a tiempo de deslegitimizar los mitos y la ideología enajenantes. Es tiempo de romper y salir de los cautiverios que corresponden a hombres y mujeres hacia la luz de la libertad que solo nace de una nueva construcción de nuestro género, de nuestra identidad. Basta ya de creer que el género da poder a unos y desempodera a otras, basta de opresión, fuimos creados para la fraternidad.
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