Miércoles 30 de julio, 2003. San José, Costa Rica.

Construcciones del género

Yolanda Hurtado Jiménez

El término “género” es propio de las ciencias sociales desde la década de los 50 con John Money y se refiere a las diferencias de las conductas atribuidas a los varones y las mujeres. Por tanto, los modos de pensar, de sentir y de comportarse hombres y mujeres, son producto de las construcciones sociales y familiares que se hacen diferenciando a hombres y mujeres; esta diferenciación no solo produce diferencias entre lo femenino y lo masculino, sino que a la vez, estas diferencias “implican desigualdades y jerarquías entre ambos” (Burin, M.).

Dichas construcciones ponen a la mujer en situación de desventaja, provocando la naturalización de la violencia, pues los hombres han sido socializados para asumir un papel de dominación y supremacía y las mujeres un papel sexual-social de subordinación y sumisión.

Kashaky, E. y Sharrat, S., psicólogas, logran identificar en Costa Rica los atributos que se le asignan a los géneros, entre ellos cito por ejemplo: MASCULINO: dominante, que no demuestra emociones, sexual, intelectual, autosuficiente, enérgico, que conoce el mundo, posesivo, fuerte de carácter entre otros. FEMENINO: sumisa, débil de carácter, pura, inocente, fácil de convencer, con miedos, sufrida, romántica, ingenua.

Este proceso socializador que hemos venido por años construyendo y sosteniendo, sacrifica el desarrollo del potencial que tienen los niños y las niñas. Urgimos de una ruptura de paradigmas que polarizan las relaciones de géneros, para lanzarnos a la construcción de un modo nuevo de ser hombres y mujeres a través de relaciones de equidad y justicia, donde nadie tenga poder por su género para manipular, destruir o anular a la otra persona.

Las construcciones hasta hoy hechas, han roto a nuestras familias, anulando a muchas mujeres, dejándolas desprovistas del derecho de sentir, de pensar en voz alta, de elegir, de autorregular sus vidas e incluso su sexualidad, mujeres que murieron y otras que viven sin poder tener una identidad propia, sino que solo tienen una identidad asignada.

Hombres que por dichas construcciones han pagado y pagan un precio altísimo perdiéndose muchos de ellos la crianza de sus hijos, el poder abrazarlos, el acompañarlos en las tareas educativas, el cambiarles pañales o bañarles, o ayudarles a aliviar un cólico, han sufrido en una sociedad que les pone en duda si lloran, si hablan de sus sentimientos, una sociedad que los ha limitado a proveer en el núcleo familiar.

Estamos a tiempo de deslegitimizar los mitos y la ideología enajenantes. Es tiempo de romper y salir de los cautiverios que corresponden a hombres y mujeres hacia la luz de la libertad que solo nace de una nueva construcción de nuestro género, de nuestra identidad. Basta ya de creer que el género da poder a unos y desempodera a otras, basta de opresión, fuimos creados para la fraternidad.

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