Miércoles 7 de abril, 2004. San José, Costa Rica.


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Tribuna libre

Misioneros de Costa Rica

José María Penabad

La Habana.– La Iglesia es misionera o se muere, palabras de Juan Pablo II que ejercitan con vocación y entrega un grupo de costarricenses llegados a Cuba como turistas, y desplegados por diferentes rincones de la geografía de la isla para derramar caridad y amor al prójimo.

No buscan aplauso ni reconocimiento alguno, se movilizan con una sonrisa abierta y la distinguida presencia de una pequeña cruz que cuelga de su cuello. Hablan de hermandad, paz y sentimiento compartido. Dios es el centro de su admirable tarea. Y los templos católicos e improvisadas casas de oración, de cada lugar, son sus lugares de encuentro.

Suman 21, hombres y mujeres, algunos matrimonios y un médico pediatra que, divididos en diferentes núcleos, han repartido su acción por Mariel, Campo Florido, Cabañas, Bahía Honda, Calabazar, Jaruco... Hemos estado junto a ellos.

Llegaron de San Joaquín de Flores, Santa Bárbara y San Pedro de Barva, autorizados por el Obispo de Alajuela, Monseñor José Rafael Barquero. Y, de complemento, hay que agregar, como realmente extraordinario, el esfuerzo realizado por tan anónima y excepcional gente, que se paga el traslado aéreo, la estadía y carga sus valijas con obsequios para las comunidades que visitan. Más de uno, costeó el pasaje ($368) con un préstamo de la ANDE, que descontará del salario. Además, $300 en efectivo, obligación de turista.

Dejaron en Cuba, tras diez días de intensas actividades, ropa, dólares, comida y medicinas. Y éste no es un capítulo convencional, porque los misioneros no solo han venido a enseñar, a armonizar el diálogo con el Cielo, sino cargados con 50 pantalones vaqueros, tres docenas de camisas, 50 pañales, recuerdos de Costa Rica, y 50 kilos de ropa diversa, amén de entregar sus ahorros, en dólares, a las personas y viviendas que los necesitaban.

El conjunto de la actividad se denomina “Jornadas de Vida Cristiana”, y cada integrante del voluntariado desarrolla una lección de propia experiencia y de enseñanza plena, por los caminos correctos que marcó la huella de Cristo.

La Hermandad de la Virgen de Guadalupe, fundación mexicana, coordina los detalles de la silenciosa participación costarricense. El Padre Panchito y la Hermana Eva son paladines de causa tan noble y hermosa.

Difícilmente, en el mundo católico, se halla un desafío semejante, aleccionador, como el desarrollado por el valor de hombres y mujeres diariamente copartícipes del dolor humano, repartiendo consuelo, entregando sin reserva, ni dudas, todo lo posible, a su alcance, para aliviar serias congojas.

Por una vez, hay que resaltarlo, el costarricense se disfraza de turista con el premeditado espíritu de servicio, no importa latitud, sin pensar en mundanas razones ni ocios desmedidos. Y estamos seguros de que, en el reencuentro con sus familias, los misioneros ticos asumen sólidos argumentos para sentirse felices de un viaje que los reintegra a un orgulloso hogar que amarán más: Costa Rica.

Busco, dijo un ángel peregrino,/ una estrella que mora en cuerpo humano./ Angel ladrón, no te diré el camino,/ todo de luz, de cierto hogar cubano. Esto no lo digo yo, lo dijo José Martí (1892).

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