Miércoles 7 de abril, 2004. San José, Costa Rica.


Nueva revista deportiva


 

Butaca 1

Pasión

Leonardo Perucci

Santiago de Chile.– La Pasión de Mel Gibson sepultará en el olvido todas las películas pulcras y antisépticas que nos recetan nuestros canales en los sacros días de la Semana Mayor.

Con un presupuesto de $30 millones y una recaudación que ya va por $400, Gibson nos sorprende con una película de impecable factura y excelente fotografía de primerísimos planos que subrayan, paso a paso, la tortura insana de Jesús a manos de una soldadesca implacable.

Música y sonorización justas y pertinentes. Escenografía monumental, en que la influencia de Caravaggio salta a la vista. Actuaciones esmeradas y espectaculares, sobresaliendo la de James Caviezel (Jesús) y Maria Morgenstern (María).

Si todo esto nos asombra, más nos gusta la capacidad de “metaforización” que nos ofrece Gibson: solo con imágenes, música y efectos logra permear nuestros sentimientos y conmovernos profundamente.

Inolvidables son las escenas en que María pega su cabeza al piso, pues sabe que en los sótanos se inicia el calvario de su hijo, o cuando, impotente ante el castigo, con sus manos estruja unos guijarros que arranca de la tierra, o cuando se acerca a besarlo, tras una de las caídas con la cruz, y su cara queda manchada con la sangre de su hijo.

Creo que Gibson nos habla de la lacra de la intolerancia con sus multiples caras y apariencias: la política, la racial, la religiosa, la sexual, entre otras, y la ideológica, que es, a mi juicio, de la que trata esta película.

Intolerancia que conlleva el abuso, el desprecio, la cárcel, la tortura y, finalmente, la muerte. No puedo dejar de pensar en que las grandes tragedias de nuestra aporreada humanidad son producto de la intolerancia.

Al ver el rol de María, repito, magistralmente hecho por Morgenstern, no pude dejar de pensar en las madres de la Plaza de Mayo, en las madres de los desaparecidos chilenos, en las madres de Guatemala y en todas las madres del mundo que han sufrido el dolor eterno de ver a sus hijos detenidos, encarcelados, torturados y desaparecidos.

Mis lágrimas no fueron por la película, son mi modesto homenaje a todas las madres cuyos hijos han sufrido el calvario de Jesús.

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