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El baquiano Marvin Abarca halló a cinco sobrevivientes del “avionetazo” ocurrido el 28 de noviembre del 2001 “Olía a sangre y a muerte... no sé si volveré” Luego de cinco años de la tragedia regresó al lugar donde experimentó el contraste entre la supervivencia y la fatalidad Keneth J. Rojas Barranteskerojas@aldia.co.cr San Marcos de Tarrazú. - Eran las 11:30 a.m. del 28 de noviembre del 2001. En el aeropuerto Internacional Juan Santamaría, dos pilotos y seis pasajeros abordaron la avioneta que los llevaría a Quepos, donde recogerían dos personas más para llegar al destino final: Puerto Jiménez, en Golfito. A esa misma hora, en San Carlos de San Marcos de Tarrazú, Marvin Abarca recolectaba café en una finca, lo que pasó después estaba en su destino. Aquella aeronave, matrícula HP-1405 AAPP, operada por Sansa, debía llegar a Quepos a las 11:52 a.m., lugar al que nunca arribó, pues cuatro minutos antes perdió comunicación con la torre de control. A las 12:10 p.m, se corroboró la desaparición. Había caído en el cerro Chontal, en Parrita. Las posibilidades de supervivencia eran mínimas. Premonición Un poco más tarde, a eso de las 5:00 p.m., Abarca había concluido su jornada de trabajo, y ya en su casa, con taza de café en mano, vio la noticia por televisión. A partir de ese momento construyó en su cabeza lo que él llama “el rompecabezas”. Estaba maquinando, pensando, analizando. Un presentimiento fuerte lo invadió. “Estaba seguro de que había caído en ese cerro, pero algo me decía también que había personas vivas en la montaña”. Inmediatamente se puso en contacto con la Cruz Roja local para comenzar la búsqueda, a primera hora, la mañana siguiente. Después de más de tres horas de caminar por la montaña, en compañía de un piloto que se unió a la operación, inició el camino que lo llevaría a encontrar tres de los cinco sobrevivientes del accidente. Eran apenas las 7:30 a.m. “Escuché gritos de extranjeros pidiendo ayuda. En ese momento supe que tenía razón. Yo le dije al muchacho que me acompañaba que se devolviera y que buscara señal para que llamara y diera el aviso”, cuenta Abarca, a quien los extranjeros guiaron hasta el lugar donde quedó la aeronave. Ahí yacían tres personas, pero para su sorpresa, otros dos hombres gritaban por ayuda, en el interior de la cabina de la avioneta. Cinco años después, Marvin regresó al lugar exacto, aquel punto donde encontró el mayor contraste que cualquier persona puede enfrentar: el milagro de cinco sobrevivientes, y el dolor de la muerte de tres personas. Aquella escena se le quedó grabada. “Cada vez que vengo aquí recuerdo el fuerte olor a combustible, pero principalmente, el olor que inundaba el bosque de muerte, sangre, tristeza. Nunca lo olvidaré, la verdad no sé si volveré aquí otra vez”. Han pasado ya cinco noviembres y don Marvin recuerda el camino como aquella primera vez.
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