Domingo 4 de julio de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

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Hoy se nos cuenta cómo el Señor envía 72 discípulos a preparar su llegada. El Génesis sugiere que al mundo lo forman 72 pueblos, un número simbólico y, como Jesús quiere visitar todo el mundo, envía delante suyo a 72 emisarios.

Y él nos dice: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”. Ciertamente pocos asumen la evangelización. Y, además de ser pocos, ellos van como “ovejas en medio de lobos”. Por eso deben sostenerse de fe y sólo de fe.

El enviado de Jesucristo lleva también el don de la paz como moneda de cambio. Y dará la paz a todos. Esa paz descansará sobre quien la reciba. Y debe anunciar a Cristo sabiendo de antemano que muchos lo rechazarán, rechazándolo a él que no al ministro. Eso les traerá consecuencias. Pero, ¿y si el ministro provoca el rechazo de la palabra con su falta de testimonio? No sé.

El enviado debe tener claro el mensaje. Debe transmitir: “El Reino de Dios”. Y ¿cómo entender ese reino de Dios? Decir reinado de Dios equivale a hablar del amor con que Dios nos ama. Ese amor se hizo carne en Jesús, el Cristo, expresión absoluta y la prueba de que Dios nos ama.

Pero tengamos claro que si el anuncio del reinado de Dios equivale a anunciar a Jesucristo, amor de Dios hecho carne, todo debe empezar con el desterrar de esa figura malévola, oscura, vengativa y errónea que nos hemos ido haciendo del Padre celestial. Solo así podremos empezar a entender ese amor entrañable, amor que llevó a Cristo hasta la cruz.

Anunciemos, pues, el reino. Digamos al prójimo, con nuestras propias palabras, pero sobre todo con nuestras obras: Cristo está cerca. Anuncia el reino reconociendo a Cristo en los pobres, los humildes, los desposeídos, las víctimas de la violencia, los marginados, los que sufren la injusticia humana. Extiéndele tu mano al pobre y así transformarás el mundo en lo que Dios quiere.

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