Domingo 18 de marzo de 2012, Costa Rica

Etelvina Sánches

Abuelita del hospital

Neyssa Calvo Achoy

ncalvo@aldia.co.cr

Su pelo blanco habla de los calendarios que han pasado y del tiempo entre los pasillos del Hospital Nacional de Niños.Ahí son pocos quienes dicen no conocerla, pues llegó al centro médico hace ya 52 años para llevar alegría, cariño y abrigo a los más pequeños.

Es la pionera y la única sobreviviente de aquel grupo de 12 mujeres que llegó a finales de 1953 y a inicios de 1954 para socorrer a los niños durante la epidemia de polio que llenó de tanto dolor al país. Ella es una de las 120 damas voluntarias del Hospital de Niños.

“Anunciaron en el periódico que necesitaban voluntarios para estar con los niños y mi hermana y yo sentimos la necesidad de ayudar”, recordó.

Así que empezaron a trabajar en el San Juan de Dios y luego se trasladaron al nuevo Hospital de Niños.

A sus 80 años aún se le ve caminando en el área de oncología, donde dice sentir especial cariño por los pacientes que llegan a esa sección.

Ya no va todos los días, pero cada miércoles se le ve llegar muy temprano con su uniforme rojo, pelo recogido y zapatos bien lustrados.

Para ella la palabra retiro no existe. Dice solo dejará el hospital cuando ya no pueda dar paso por sus propios medios.

“Cuando visito a los niños, juego con ellos o les leo un cuento. Mientras sus madres descansan recibo dosis de energía”, dijo esta vecina de Tibás.

Curiosamente, tiene como un imán con los niños, pues logra que se queden con ella la mayoría de las veces.

En la calle, sigue cosechando el fruto de su trabajo y nunca falta quién la detenga para saludarla y agradecer el cariño que le dio mientras estuvo al lado de cunita.

Aseguró que tener el dolor tan cerca la hizo fuerte para enfrentar sus propias penas. “Cuando veo un niño enfermo pienso que lo mío no es nada”.

Escuela de vida

La vida de Etelvina no ha sido fácil. Su mamá falleció cuando tenía siete años y perdió a su padre a los 13. Entonces fue acogida por el abrazo de su hermana Teresa, quien la impulsó a convertirse en dama voluntaria.

Ambas hacen “yunta”, pues siempre se ayudaron una a la otra para cumplir en el hospital. Ya Teresa está enferma y ahora Etelvina le retribuye en cuidado todo el amor que le dio de niña.