Sábado 2 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Sacrificio Shirley Álvarez caminó descalza desde San José, para agradecer a La Virgen, en su altar, por su matrimonio y sus hijos. Sorprendidas Sarah Moore y Meg Ann Michael, de Chicago, elogiaron la gran muestra de fe de los ticos.

Lección de vida

Sylvia ALVARADO MARENCO / Al Día

Encontré lo que buscaba. Camino a Cartago, en silencio, le iba pidiendo a la Virgencita de los Ángeles que me pusiera en el camino a algún romero con una historia increÍble que diera fe de un gran milagro.

Y me escuchó. Me escuchó tan bien, que aprovechó cada persona con la que hablé para darme la gran lección de mi vida.

Carlos Díaz y Rodrigo Godínez, con la sencillez de los ticos de campo, afirmaron haber viajado desde Acosta para agradecer porque tienen trabajo y por la cura a sus enfermedades.

Compañeros de sacrificios a la hora de la siembra y de decepciones a la hora de recoger la paga, ambos regresaron a su pueblo con los humildes maletines repletos de botellas de agua bendita y el alma renovada.

Shirley Álvarez, una joven mamá, caminó descalza desde San José para agradecer “por su matrimonio y por sus hijos”. A su lado, Rafael Alberto, con la inocencia que ya casi dejará atrás por sus 12 años, fue a agradecer que tiene vida.

Melvin Portugués, de 22 años, no lloraba de cansancio, aunque caminó 30 horas, con dos amigos, desde Buena Vista de Rivas, en Pérez Zeledón. Lloraba porque la Virgen lo ha apartado de situaciones difíciles.

Shirley Álvarez caminó descalza desde San José, para agradecer a La Virgen, en su altar, por su matrimonio y sus hijos.

Kattia Murillo, de Belén, agradecía el haber protegido a sus dos niños, “en medio de tanto peligro”.

Lindsey Lockman y Lauren Corazzini, de Boston, no se conformaron con llevarse una foto de La Virgen. Caminaron desde San José para llevársela, para siempre, en el corazón. Lindsey quería agradecer por contar con tanta gente especial en su vida.

Así, a través de las voces de otros, La Negrita me enseñó que Ella y su hijo actúan a cada minuto, en lo incógnito de la cotidianidad. Hacen los milagros a la medida de las personas.

Ayer aprendí que si caminara hasta Cartago solo para agradecer por todo lo que tengo, necesitaría al menos otros 34 años de vida.

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