Sábado 2 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Homenaje a la Reina

Mons. Roman Arrieta
Arzobispo Emérito de San José

Hoy es 2 de agosto, día muy especial para nosotros los costarricenses. Es el día de nuestra madre, la Reina de los Ángeles, aquélla que desde siempre vela sobre nosotros para que nuestra fe no desfallezca, para que el amor nos siga manteniendo unidos, para que la familia continúe siendo célula fundamental de nuestra sociedad y para que Cristo, el Hijo que ella llevó en sus benditas entrañas, siga siendo para nosotros el camino, la verdad y la vida.

Por eso es que hoy, Cartago se convierte en el corazón de Costa Rica. Al santuario de la madre se encaminan el Presidente de la República y sus más cercanos colaboradores para saludarla y pedirle a la vez que interceda ante su Hijo para que siempre los asista con su luz y gracia que tanto requieren, para realizar aquella obra de gobierno que mejor responda a las expectativas y necesidades, en especial de los más pobres y desamparados.

A Cartago nos encaminamos los Obispos y gran número de sacerdotes para implorar de la Reina de los Ángeles que sea ella el canal a través del cual descienda en abundancia la bendición de Dios sobre nuestro ministerio, que ha de estar siempre al servicio de todos, pero especialmente de aquellos que nunca han tenido fe o si la tuvieron la perdieron; los que no encuentran cómo salir del abismo del pecado y quienes cargan sobre sus frágiles hombros el peso de los años, la enfermedad y la miseria.

Hacia Cartago han peregrinado en estos días y, especialmente peregrinan hoy, alrededor de millón y medio de costarricenses, especialmente jóvenes, para visitar a la madre, testimoniarle su amor y encontrar a sus plantas el valor que requieren para no dejarse dominar por las drogas, el alcoholismo, la prostitución, y otros males espirituales como la irresponsabilidad, la indiferencia y la vulgaridad.

Quiera Dios que todos los peregrinos lo hayan hecho con una actitud seria, responsable y ciento por ciento cristiana. Que hayan cantado, que hayan reído, cosa muy comprensible entre jóvenes, es algo que nos regocija. Pero que haya habido también tiempo, y sé que lo ha habido entre la abrumadora mayoría de ellos, para el recogimiento y la oración.

Que la celebración en honor de la Virgen de los Ángeles nos dé siempre a los costarricenses la oportunidad de recordar que si amamos a la Virgen y la invocamos filialmente, es porque Dios hace ya más de dos mil años, fue el primero en cantar las glorias de María, al recordarnos, especialmente en el Evangelio de San Lucas, que ella es la madre de Dios, la llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres, aquélla en quien el Señor realizó sus maravillas y a la que todas las generaciones han de llamar bienaventurada.

¿Qué católico ha negado o negará que Cristo es el gran Patrón de Costa Rica y no solo de Costa Rica sino de la Iglesia entera? ¿Quién se atreverá a negar que a Él solo adoramos, servimos y seguimos? Pero así como al Él, a su madre la amamos con todo el corazón y vamos a Cartago para rogarle que interceda por nosotros ante su divino Hijo y de Él nos alcance aquellas gracias y favores que necesitamos. ¡Pobres de aquellos que dicen amar a Cristo, pero desprecian a su madre!

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