La migración nicaragüense
Vladimir de la Cruz
La crisis endémica que padece el país en sus relaciones internacionales con Nicaragua durante los últimos 25 años, tiene una base peligrosa: el odio racial que algunos sectores, desgraciadamente con influencia en ambos países, han desarrollado y profundizado entre nuestras sociedades hermanas, con el pretexto de las masivas migraciones.
Desde antes de la cultura chorotega formamos la base y los rasgos de la nacionalidad de parte importante de ambas sociedades, confirmado hoy por el vínculo y lazos familiares que existen entre miles de familias de ambos países.
Somos pueblos diferentes en algunas formas de pensar y expresarnos. También por nuestros ancestros desde los mismos conquistadores, unos castellanos y otros andaluces. Pero no existen diferencias abismales entre nuestros países, aparte de las de carácter político, económico y social propias del diferente desarrollo que hemos construido en nuestros.
El odio racial que algunos desarrollan es inconveniente y lejos de servir a un entendimiento, lo que logra es acrecentar diferencias a partir de falacias, que se asumen como verdades.
Los costarricenses no hemos valorado, en su justa dimensión, el aporte de la mano de obra nicaragüense a nuestro proceso productivo. Algunos –interesada y mezquinamente– se niegan a reconocer que esa mano de obra ha significado un aporte de más de doce mil millones de dólares, en los últimos diez años, a nuestro PIB.
Producto de la guerra cruenta en los países centroamericanos, de más de 20 años con sus crisis económicas, Costa Rica pasó a sustituir buena parte de las exportaciones que ellos realizaban. Así, continuamos el modelo agroexportador y desarrollamos un proceso productivo paralelo al incursionar con más fuerza en la industria y los servicios.
Miles de amas de casa y trabajadores se reconvirtieron, y pudieron ir a la escuela, a colegios técnicos y profesionales, y pasaron de estar ocupados en labores agrícolas y en servicios primarios a la industria.
Se recurrió a miles de nicaragüenses que nos ayudan trabajando en el campo, en la zafra de la caña, a recolectar melones, cítricos y café, a cultivar plantas ornamentales y elaborar cigarros para la exportación, en los oficios domésticos, en la construcción y como guardas de casas y establecimientos.
No es cierto que los nicaragüenses desalojen a los costarricenses de sus puestos de trabajo. A los ticos los desalojaron de sus trabajos algunos malos patronos que incumplían con las contribuciones sociales y los salarios mínimos, facilitando la contratación de nicaragüenses con salarios más bajos que lo establecido por ley y burlando el pago de las cargas sociales.
Durante la última década hemos tenido tasas de desocupación entre el 5 y 7 por ciento. ¿Si teóricamente ese porcentaje se ocupara en las labores que realizan los nicaragüenses, quién desempeñaría las tareas del otro 16-18 por ciento hasta completar ese 23 que representa, de acuerdo con las estadísticas, la mano de obra migrante? ¿Será preferible interrumpir nuestro proceso productivo y sacar del país a los trabajadores nicaragüenses? ¿Y, los cientos de empresarios nicaragüenses que le dan trabajo a ticos y nicas? ¿O es que solo “los nicas de plata tienen derecho” a vivir entre nosotros y a ser respetados? Riqueza produce el que invierte, pero también el que trabaja.
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