Martes 5 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

La migración nicaragüense

Vladimir de la Cruz

La crisis endémica que padece el país en sus relaciones internacionales con Nicaragua durante los últimos 25 años, tiene una base peligrosa: el odio racial que algunos sectores, desgraciadamente con influencia en ambos países, han desarrollado y profundizado entre nuestras sociedades hermanas, con el pretexto de las masivas migraciones.

Desde antes de la cultura chorotega formamos la base y los rasgos de la nacionalidad de parte importante de ambas sociedades, confirmado hoy por el vínculo y lazos familiares que existen entre miles de familias de ambos países.

Somos pueblos diferentes en algunas formas de pensar y expresarnos. También por nuestros ancestros desde los mismos conquistadores, unos castellanos y otros andaluces. Pero no existen diferencias abismales entre nuestros países, aparte de las de carácter político, económico y social propias del diferente desarrollo que hemos construido en nuestros.

El odio racial que algunos desarrollan es inconveniente y lejos de servir a un entendimiento, lo que logra es acrecentar diferencias a partir de falacias, que se asumen como verdades.

Los costarricenses no hemos valorado, en su justa dimensión, el aporte de la mano de obra nicaragüense a nuestro proceso productivo. Algunos –interesada y mezquinamente– se niegan a reconocer que esa mano de obra ha significado un aporte de más de doce mil millones de dólares, en los últimos diez años, a nuestro PIB.

Producto de la guerra cruenta en los países centroamericanos, de más de 20 años con sus crisis económicas, Costa Rica pasó a sustituir buena parte de las exportaciones que ellos realizaban. Así, continuamos el modelo agroexportador y desarrollamos un proceso productivo paralelo al incursionar con más fuerza en la industria y los servicios.

Miles de amas de casa y trabajadores se reconvirtieron, y pudieron ir a la escuela, a colegios técnicos y profesionales, y pasaron de estar ocupados en labores agrícolas y en servicios primarios a la industria.

Se recurrió a miles de nicaragüenses que nos ayudan trabajando en el campo, en la zafra de la caña, a recolectar melones, cítricos y café, a cultivar plantas ornamentales y elaborar cigarros para la exportación, en los oficios domésticos, en la construcción y como guardas de casas y establecimientos.

No es cierto que los nicaragüenses desalojen a los costarricenses de sus puestos de trabajo. A los ticos los desalojaron de sus trabajos algunos malos patronos que incumplían con las contribuciones sociales y los salarios mínimos, facilitando la contratación de nicaragüenses con salarios más bajos que lo establecido por ley y burlando el pago de las cargas sociales.

Durante la última década hemos tenido tasas de desocupación entre el 5 y 7 por ciento. ¿Si teóricamente ese porcentaje se ocupara en las labores que realizan los nicaragüenses, quién desempeñaría las tareas del otro 16-18 por ciento hasta completar ese 23 que representa, de acuerdo con las estadísticas, la mano de obra migrante? ¿Será preferible interrumpir nuestro proceso productivo y sacar del país a los trabajadores nicaragüenses? ¿Y, los cientos de empresarios nicaragüenses que le dan trabajo a ticos y nicas? ¿O es que solo “los nicas de plata tienen derecho” a vivir entre nosotros y a ser respetados? Riqueza produce el que invierte, pero también el que trabaja.

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