Martes 5 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Agresión policial

Camilo Rodríguez

El sábado 19 de julio, a eso de las 9 de la noche, fui testigo de una agresión por parte de la policía de nuestro país. Iba en vehículo, frente a los multifamiliares Calderón Muñoz, y me encontré con un molote.

Conforme me fui acercando vi algo que ya desde lejos no podía creer. Entre dos o tres policías sujetaban en el suelo a un hombre mientras otro policía tomaba impulso para patearle la cara.

Lo pateó sin piedad. Le daba con la punta de la bota por las orejas, la mandíbula y la boca. El hombre sangraba y ya lucía flácido, suelto de brazos y de piernas, como si estuviera muerto o descompuesto. Una mujer gritaba y le rogaba a los policías que lo dejaran en paz.

Me bajé. Antes que yo, llegó un señor que venía en motocicleta, y le preguntó al policía por qué estaba haciendo eso. El policía le contestó con una increíble colección de palabrotas y malacrianzas.

El señor le dijo que era voluntario de la Cruz Roja y que le daba vergüenza ver lo que estaban haciendo con ese pobre hombre, y el policía de nuevo le contestó con carcajadas vulgares y sandeces irrepetibles.

Cuando vieron que al lado del cruzrojista había alguien de la prensa, los policías echaron al hombre a una “perrera” y trataron de irse como si nada hubiera ocurrido.

Me le puse al frente al agresor, al policía que pateó sin pasión al hombre en el suelo. Lo primero que hizo fue devolverse a una patrulla y de regreso donde yo lo estaba esperando venía con una enorme pistola en la mano derecha. Incluso, tuvo el cinismo de cargarla donde yo lo viera. No puedo decir qué clase de arma era aquella, porque no sé ni pío del tema, pero era más o menos grande y venía cargada.

Debo admitir que el acto del policía me mató todas las amebas al instante, pero así, muerto del susto, esperé a que llegara a mi lado. Me dijo que la agresión era justificada porque a la hora de detenerlo, el hombre lo había golpeado. Me mostró una marca en su rostro.

La marca del policía era ínfima, ridícula, e incomparable con los fuertes golpes que recibió el hombre sobre la acera. Era un rasponcito que se lo puede hacer uno hasta jugando fútbol.

Además, ¿quién puede ser policía si ataca de manera inmisericorde a cualquier cristiano simplemente porque opone resistencia? Eso es como que un médico se queje porque le tiene miedo a la sangre, o un periodista diga que no hace preguntas porque es tímido.

Sencillamente, si alguien no puede sostener sus impulsos más oscuros a la hora de efectuar una detección policial, simplemente no puede trabajar resguardando el orden público.

El espectáculo me dio miedo. Miedo por quienes estamos a expensas de policías tan violentos y peligrosos. No había uno, ni dos. Había por lo menos quince hombres uniformados. Y dos o tres mujeres. De la policía, nadie se metió a defender al hombre agredido o a quitarlo del alcance de las botas del policía que quiso hacer de su cabeza una bola de fútbol.

En el lugar estaban las patrullas 288 y 302, así como la “perrera” 666. El agresor se subió a una de las patrullas pequeñas.

Me pregunto qué hubiera pasado si en lugar de las 9, hubiera ocurrido a las 2 de la madrugada, o qué habría pasado si nadie hubiera tenido la valiente actitud que tuvo el voluntario cruzrojista que se le puso al frente al agresor con uniforme.

De eso a la agresión militar que se ve en otros países no media ni un paso. El hecho de que no tengamos ejército no puede estar pintado en la historia ni es para adornar los libros de texto de los escolares. Nada conseguimos si, a pesar de que el país no tiene formación militar, permitimos que las armas del Estado y las poquísimas patrullas estén en manos de gorilas de esta naturaleza.

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