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Un policía vigila 275 cartuchos para escopeta incautados con 23 granadas para fusil en un barrio de Medellín, Colombia. El tráfico de armas prolifera en ese país.
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“Años de plomo”: saldo criminal
Montevideo/ AFP. Para las familias de las víctimas, los 140.000 homicidios que se cometen anualmente en América Latina son un drama, aunque para otros son un negocio que moviliza millones de dólares.
Detrás de cada crimen, hay una red de traficantes, policías o militares corruptos e intermediarios inescrupulosos que venden o alquilan las armas que utilizan los delincuentes en sus rodeos de violencia.
El tráfico de armas es el principal obstáculo para luchar contra la violencia.
América Latina está pagando ahora los resultados de la extraordinaria proliferación de armas que hubo en la región durante los “años de plomo”, globalmente de 1970 a 1990: muchas de las armas que estuvieron en manos de las guerrillas o de los ejércitos regulares pasaron a la delincuencia común.
La policía brasileña destruyó recientemente un lote de 5.000 armas capturadas a los narcotraficantes, que incluía fusiles de guerra, ametralladoras, granadas y bazucas. Gran parte de ese arsenal procedía de los depósitos militares de un país vecino.
Contrabando
En los últimos años, los grandes delincuentes comprendieron la ventaja que representaba controlar el contrabando de armas.
El narcotraficante brasileño Fernandinho Beira Mar, a pesar de estar encarcelado, es también el mayor contrabandista de armas del país, según la policía.
Las autoridades creen que, como parte de ese negocio multidireccional, le vendió armas a la guerrilla colombiana de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En 2000, Beira Mar facturó 10 millones de dólares por tráfico de armas, según cálculos policiales revelados por la revista Istoé.
La asombrosa proliferación de armas de fuego que se produjo en América Latina en los últimos años, provocó dos fenómenos de extrema gravedad: la letalidad de los delitos y un aumento de la posesión de armas por parte de los civiles.
“Lo más significativo de la nueva violencia de América Latina es su letalidad: deja cada vez menos heridos y produce más muertos, por la capacidad de daño que tienen las armas de fuego y por el ensañamiento personal que muestran los agresores”, indicó el coordinador de Grupo Violencia y Sociedad del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Roberto Briceño.
Mientras que en el mundo sólo 63% de los homicidios se cometen con armas de fuego, en América Latina ese índice supera 80%, según estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud.
“Los estudios demuestran claramente que es necesario adoptar alguna medida: 95% de los crímenes en Brasil son cometidos con armas de fuego clandestinas e ilegales, y sólo el 5% restante con armas debidamente registradas”, argumentó el diputado Luiz Eduardo Greenhalgh, autor del proyecto.
El otro fenómeno derivado de la proliferación de armas es la tendencia a la autodefensa: los ciudadanos también decidieron armarse para defender sus propiedades y familias.
“En América Latina las armas pequeñas circulan con gran facilidad y, en muchos casos, amparadas por el pretexto de ser la mejor forma de defenderse, pues el Estado es incapaz de proteger a todos los ciudadanos”, indicó el exalcalde de Cali, Colombia, Rodrigo Guerrero, actual consultor de la Coalición Interamericana para la Prevención de la Violencia.
Las cifras reales son muy difíciles de obtener. Algunos estudios revelan la existencia de un fenómeno en pleno desarrollo: 23% de los habitantes de Cali, y de San José,
Costa Rica, y 28% de Santiago de Chile confesaron que, si pudieran, tendría un arma de fuego en su casa, demostró un estudio realizado por la OPS en 1998.
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