Ironías de viaje
Antonio Alfaro
Viajemos juntos unos renglones, a ver si al final de esta travesía, usted y yo estamos de acuerdo.
Inicia en Noruega, donde Dios me dio la dicha de viajar recientemente, tierra llena de montañas, ríos, casas de madera, algunas con sus techos totalmente cubiertos de musgo y zacate, no por descuido, sino al estilo típico. La tierra de montañas con nieve en pleno verano (¡un placer conocerla! como alfombra de escarcha).
También es comarca de Trolls, los personajes de leyenda. No vi ninguno -lo confieso- de seguro porque se esconden de la luz y en verano hay claridad las 24 horas. Aunque usted no lo crea (de Ripley): la madrugada podría ser tan oscura como una tarde nuestra de temporal.
El siguiente destino -Alemania- me atrajo ya no por su naturaleza sino por la historia. ¡Ahí está! El muro que partió Berlín, la vida y muchos corazones desde 1961 hasta 1989. Tan solo se conservan unos tramos en pie, además de la línea sobre el pavimento marcando por donde se extendía la gran pared de hormigón.
De ella nos alejamos en tren, también de la capital alemana, sorprendidos en ocasiones por algún sembradío repleto de grandes girasoles, como solo había visto en fotografías del Tour de Francia. Viajé hacia al oeste, viajé hacia a un inesperado romance.
¡Me enamoré de Praga! Ciudad de la República Checa, antigua, bella, con calles de adoquines en vez asfalto, construcciones que han visto pasar los siglos... ¡Tantos años y tan bella! (como ninguna mortal lograría, ni siquiera Michelle Pfeiffer). Romántica en cada rincón.
Ni siquiera París, el destino final, logró seducirme tanto. Por supuesto que uno también contiene un instante la respiración, al verse ante la Torre Eiffel, sentado al borde del río Senna. Ni qué decir ante la mujer de los 500 años en el Museo de Louvre, la que no es tan mona ni tan lisa, la más famosa pintura de Da Vinci, la que cerró mi viaje.
A casa regresé con el gusto enorme de mi paso por Europa y en el Aeropuerto Juan Santamaría me dije: ¡Qué irónico! No conozco los canales de Tortuguero, ni me he dado el relajante gusto en las aguas termales de la Fortuna de San Carlos. Tan solo he oído acerca de Caño Verde, al Chirripó nunca he subido y los rápidos del Reventazón son aventura pendiente.
Ni crea que el viaje a Europa me remuerde la conciencia (tampoco seamos hipócritas), sino más bien los que no he hecho a Costa Rica.
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