Jueves 21 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

¿Tiene pasión?

Antonio Alfaro

Se lo digo de una vez. ¡Que después no se lamente de que nadie le avisó!

Llegó ayer a mi correo electrónico la inquietud de un joven cartaginés, estudiante del Colegio Miravalle de Cartago, con el deseo, el sueño, la tentación, el mal pensamiento de convertirse en periodista deportivo “cuando sea grande”.

Aún está a tiempo de arrepentirse y pedirle perdón a Dios, pero si insiste... ¡que se atenga a las consecuencias!

Casi deberían incluirlo como el undécimo mandamiento: no se te ocurra ser periodista. ¡Y, mucho menos, deportivo!

Lo digo, aún sin el cansancio de los años, con apenas diez temporadas entre estadios, juegos de fútbol, entrevistas de aquí para allá y de allá para acá, como quien dice: para arriba y para abajo sin tocar bola.

Si está dispuesto a trabajar todos los domingos (léase bien “todos”), y no ganar el dinero de abogados, médicos, ingenieros y otros profesionales. Además, si no le importa ver los partidos de fútbol con otros ojos, sin la libre pasión del aficionado, vivir siempre el inevitable regreso al periódico una vez finalizado cada juego, en vez de pasear con la familia, la novia, “hablar paja” con los amigos o, simplemente, rascarse el ombligo...

No me quejo, tan solo le cuento.

A fin de cuentas, esto del periodismo deportivo es como enamorarse. Por más que nos adviertan de los riesgos, de la fulana o de la mengana, de las conveniencias, de los sinsabores, nadie puede evitarlo cuando caemos en la trampa.

Tiene también sus mieles, por supuesto. Conocer gente, lugares, registrar momentos, pasiones, escribirlas y describirlas. Visitar países en tiempos de eliminatoria mundialista, ni qué decir un Mundial (¡como sacarse la lotería!), la dicha que hace un año tuve en Corea-Japón 2002, un curso intensivo de cultura, fútbol y vida.

No fue, sin embargo, el Mundial, algo que bien pudo no llegar, lo que me tiene aún aquí frente a la computadora.

El joven cartaginés nos envía una especie de artículo escrito por él. “A ver si tengo futuro en el periodismo deportivo”, nos dice. Sin leerlo todavía, no soy quién para decirlo.

A escribir se aprende, a entrevistar también, pero nadie puede inyectarnos (ni siquiera en los mejores cursos universitarios) la pasión por lo que hacemos. Se tiene o no se tiene.

Es ella la que nos hace periodistas deportivos, no el dinero, ni los viajes, ni la añeja ilusión de niños de acercarse a los famosos. Es la pasión.

Quien la tenga, ¡bienvenido! Quien no, que no se embarque.

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