Viernes 22 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Sí a la academia

Edgar Fonseca

La eventual instalación en el país de una academia de justicia internacional, patrocinada por el Gobierno de Estados Unidos, tiene a más de uno a llanto partido.

Pero la posibilidad de que se establezca dicho centro aquí nos parece lógica y necesaria.

Estados Unidos acude al prestigio internacional costarricense para convertirlo en punto de partida de un programa de lucha contra los más perniciosos delitos del nuevo siglo.

Esta academia procurará “brindar formación de calidad y asistencia en el fortalecimiento institucional para combatir delitos transnacionales, incluyendo el terrorismo, el tráfico de estupefacientes, los delitos financieros, el delito cibernético, el tráfico ilegal de armas de fuego, el tráfico de personas y el tráfico de inmigrantes”.

Todas estas epidemias las vive, las ha vivido o ha estado expuesta, en algún momento, nuestra sociedad, y ni qué decir el hemisferio.

Aunque brotes terroristas fueron fulminados aquí, felizmente, en los ochentas, eso no quiere decir que el país esté inmune. Una prostituida revolución sandinista nos dejó rezagos de bandas terroristas centroamericanas, latinoamericanas y europeas. No deben menospreciarse.

Esta idílica Costa Rica ha sido y es santuario de los más peligrosos especímenes, amamantados en las fuentes de la subversión izquierdista o derechista, en las aguas de la mafia del narcotráfico, de la mafia de los casinos y las apuestas, del lavado y legitimación de capitales sucios, y hoy, miserablemente, de la corrupción de menores.

Uno de los cerebros financieros de ETA convivía, hasta hace poco, con nosotros Y el paso y estancia de gente ligada a esa banda terrorista, dicen fuentes confiables, es usual. ¿Cuán infestadas están nuestras instituciones por la seguridad cubana? Ya vimos, con motivo de las protestas de los educadores, en qué andaban algunas santas palomas venidas de la perla antillana.

Y no hablemos del sube y baja con gentes y refugios para las FARC de Colombia y las negociaciones secretas, que Seguridad Pública dice desconocer, de los paramilitares, terroristas y narcotraficantes colombianos.

En fin, Costa Rica es terreno salvaje, fértil para toda esta delincuencia global, transnacional.

¿Por qué temer, entonces, a que se instale una academia que ayudará a combatir y neutralizar esos males? Bienvenida sea y, con todo respeto a los señores diputados, no pestañeen en autorizarla.

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