Sábado 23 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Ellas...

Neyssa M. Calvo Achoy

Están conmigo todos los días: en mis pensamientos, en mis palabras y en la forma en que actúo.

Élida y Aida me vieron nacer, y me arroparon con consejos y amor. A las dos les digo “mami” y, cada vez que las oigo reír, agradezco a Dios tenerlas a mi lado.

Son madre e hija y viven en las tierras de San Isidro de Heredia, donde aún se respira el aire fresco del campo. Ahí, donde mi hija Paula aprende, junto a ellas, que cada minuto debe vivirse con intensidad.

Cada vez que veo a mi pequeña, de pelo castaño y ojos inocentes, comprendo por qué las madres perdonan a sus hijos con tanta facilidad.

Ahora entiendo muchas cosas. Comprendo sus noches en vela cuidando al enfermo, pese al cansancio. Sin ellas, nuestro mundo se derrumbaría.

Desde que era niña, Élida y Aida me enseñaron el valor del Padrenuestro y de las cuentas del Rosario para enfrentar la vida con humildad.

Soy afortunada, sin duda, pues puedo escucharlas, abrazarlas y decirles: “Gracias por sacrificar su tiempo, sus anhelos y sus deseos por nosotros”.

Dejaron de vivir por ellas y tomaron fuerzas para enfrentar la maternidad sin fin.

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