Domingo 31 de agosto, 2003. San José, Costa Rica.

Trabajo y Justicia

Gloria Bejarano

El pasado miércoles se cumplieron sesenta años de la promulgación del Código de Trabajo, que nació y se nutrió de la Doctrina Social de la Iglesia, y de la sabiduría de un hombre cuyo liderazgo trasformó la vida de su pueblo y le aseguró un camino de justicia y paz.

Costa Rica nunca habría sido la misma sin la Gran Reforma Social de los años cuarentas. Basta hacer una revisión de la historia de los pueblos latinoamericanos para darnos cuenta de que las conquistas que aquí se obtuvieron por vía legal y pacífica, otros pueblos debieron sellarlas con sangre.

El Doctor tocó la vida de todos los ciudadanos de esta tierra y difícilmente hay un costarricense que no haya recibido el fruto de su obra.

Cada vez que un trabajador recibe el salario mínimo, goza de una vacación o hace valer sus derechos, ahí está su mano protectora. Cada vez que un joven ingresa a la UCR, que un enfermo es atendido en el Seguro, que se entrega una casa de interés social o se recibe una pensión, ahí está su obra visionaria.

Sesenta años del Código, sesenta y tres de la Universidad de Costa Rica y otros tantos del Capítulo de las Garantías Sociales, de la Caja, del primer programa de vivienda popular, del Código Sanitario, y la creación de los ministerios de Agricultura y Trabajo son parte de una obra trascendente que sigue teniendo vigencia, pues sobre ella descansa nuestra paz social.

Las nuevas generaciones tienen en el Doctor un ejemplo de honestidad con sus ideales y de responsabilidad con sus obligaciones. A nueve meses de terminar su mandato, presentó ante el Congreso el proyecto del Código de Trabajo, a pesar de que muchos le aconsejaban lo contrario y dejar a otro gobernante la tarea de enfrentar a quienes se oponían.

La aprobación de estas normas daban consistencia a la obra social y consagraban las conquistas representadas por los seguros y las garantías. Eso lo sabía mejor que nadie y estuvo dispuesto a pagar el costo político, pues, por encima de cualquier vanidad personal, él creía en la necesidad de garantizar el bienestar de su pueblo.

Con el transcurso del tiempo, se engrandece aún más la figura del Reformador Social porque la historia es implacable y, libre de pasiones, juzga con mayor objetividad al hombre y al gobernante, al mismo tiempo que dimensiona su obra magnífica.

Pocos hombres en la historia de nuestra América han sido tan lúcidos en su pensamiento, tan congruentes en sus convicciones y tan comprometidos con su juramento como el Doctor Calderón Guardia.

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