Miércoles 17 de diciembre, 2003. San José, Costa Rica.



 

Vista panorámica de La Habana

Un antes y un después

José María Penabad

La Habana.– Arribar a Cuba convierte al recién llegado en una paloma de Picasso. Costa Rica, Cuba y la paz. Misión de fe.

La Habana, arquitectura vertical. Soportales y columnas que riman con las altas y esbeltas palmas, sello clásico, recurso pródigo de naturaleza de excepción. Una metrópoli de dos millones de pobladores, cabeza, guarda y llave de una Isla de once millones de gentes, con dos millones más de ausentes. Cubanos todos.

Para los cubanos de hoy, Cuba tiene un antes de y un después de. Un antes, con siglos de historia y un después, a punto de cumplir 45 años, mayoría generacional.

Mucho antes, del antes de, es la fortaleza del Morro, lugar emblemático habanero, eregido por orden de Carlos III, albores del XVIII. La Punta y el Morro, con el malecón, han abierto expediente cultural para la concesión del título de Patrimonio de la Humanidad, reconocimiento universal junto al entorno de La Habana Vieja que, de verdad, vieja, con muletas se sostiene.

Las olas que, frescas, se baten contra el malecón y el Morro, empuñando golpes centenarios de espuma, como arco iris invertido, mecido milagrosamente en el mar, es un ir y venir de siglos que no ha logrado desgastar la formidable y compacta estructura de piedra. Un conjunto, en fin, contra viento y marea, que posee la magia de los genios para resguardar a la Perla de las Antillas, un inspirado calificativo, visión certera de una geografía de ensueño. En Cuba la utopía del paraíso terrenal se hizo realidad.

Antes de y después de, los cubanos olvidaron levantar un monumento más que merecido y glorioso, en una tierra que honra con profusión a personalidades y hechos históricos. Falta el hito legendario a la especial obra del Obrero Desconocido. Del pueblo para el pueblo.

Centenares de artesanos, foráneos y nativos, que cuadraron rocas, nivelaron enormes moles de piedra, colocaron en orden el peso específico del granito hasta construir el extraordinario ejemplo tradicional del Morro y anexos. Golpe a golpe, sudando con su esforzada labor y sudando en descanso cuando el clima lo imponía. ¡Loor, canteros gallegos!, que no de otro lugar del mundo llegaron a La Habana, Cartagena de Indias y tantos otros sitios donde la única recompensa era trabajar para mayor honor español, aunque el tiempo centenario lo ignore.

Después de, Cuba moviliza su máxima tarea en el desarrollo del turismo. El dólar es común. Los precios se exponen en dólares y los ciudadanos viven con la esperanza de gozar del privilegio del poder verde. Y un detalle curioso: solo se reciben billetes, no menudo. Los cambios fraccionarios de un dólar se entregan y reciben por valor igual de la moneda cubana. La calderilla extranjera no funciona.

La imaginación es el arma del cubano. En el comercio y en sus variantes turísticas. En toda dimensión. Para las movilizaciones, buses, camellos (grandes remolques adaptados), taxis normales, cocotaxis (conjunto parecido a un coco, que conduce una moto con tres pasajeros), bicitaxis y vehículos de museo. Y, desde luego, el favor del auto stop por doquiera.

Los típicos árboles de la época, con adornos y luces, símbolo navideño de las tierras de nieve, de los allende fríos potentados, antípodas ideológicas, adornan oficinas, lugares oficiales y espacios habaneros actuales. La Navidad es hermosa siempre, en toda latitud: familia, hogar, amor y patria. Antes de y después de, con y sin Picasso.

 

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