Trigo Maduro
Mons. Roman Arrieta
Arzobispo Emérito de San José
El Año Nuevo y nosotros
“Año nuevo, vida nueva”. Esta expresión, muy en boga en nuestro pueblo, especialmente en estos días, constituye como un grito del alma.
El alma, atraída por la santidad de Dios y dolida de sus propias infidelidades, quiere aprovechar la coyuntura del inicio de un nuevo año para despojarse de cuanto es indigno de un cristiano, y caminar en adelante por las sendas de la humildad y la sencillez, de la verdad y el amor.
Muchos son los seres humanos cuyo corazón está dominado totalmente por el egoísmo. Solo piensan en ellos mismos: en su bienestar y comodidad, en su fama y honor, sin importarles para nada la suerte de sus semejantes.
Que todo sea diferente en el año nuevo. Que sean muchos los costarricenses felices de poner sus recursos materiales, su saber y experiencia, su tiempo y esfuerzo al servicio de sus hermanos más necesitados.
Son muchos los padres de familia que se han olvidado de la educación cristiana de sus hijos, de aconsejarlos y amonestarlos cuando, por no seguir los caminos del Evangelio, pierden el rumbo de la vida. ¿Cómo no encontrar en ello la causa principal del aumento alarmante de la violencia y la delincuencia?
Que, en el nuevo año, los padres de familia, educando cristianamente a sus hijos con su palabra, pero sobre todo con su ejemplo, contribuyan de la mejor manera al bienestar de la Patria.
El Año Nuevo ha de ser ocasión para que nuestros educadores redoblen sus esfuerzos, a fin de crear en la niñez y juventud los hábitos de amor al estudio, de responsabilidad en el trabajo, de integridad de costumbres, de honradez acrisolada, sin los cuales sería imposible salir al paso de tanta superficialidad, corrupción e irresponsabilidad que carcomen los cimientos de nuestra sociedad.
El educador, igual que el sacerdote, debe tener alma de apóstol, trabajando, más que por un salario, por la salvación nacional, que solo podrá lograrse si apuntalamos sus valores éticos y religiosos, hoy tan de capa caída en el país.
Jesús, el Dios hecho hombre, el santo de los santos, debe sentirse contristado al mirar la situación moral en que hoy se encuentra Costa Rica.
Cunde la desintegración familiar con su secuela de adulterios, matrimonios civiles, divorcios y abandono, tanto físico como espiritual, de los hijos. Crece el número de uniones libres y madres solteras.
Proliferan los bares y las cantinas, a veces a pocos metros de nuestros templos y escuelas. La degradación moral es tal, que la prostitución, tanto de hombres como de mujeres, ni siquiera se la trata de ocultar, sino que se ofrece como escandalosa mercancía, a vista y paciencia hasta de los niños.
En el Año Nuevo, clamemos todos a Jesús para que termine tanta podredumbre y así, saneada nuestra sociedad, la paz y felicidad que mutuamente nos deseamos, adquieran su verdadero sentido.
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