Sábado 27 de diciembre, 2003. San José, Costa Rica.



 

Egidio Chacón, sobre su caballo “Palomo”, demostró que aparte de montar bien, sabe sacarle suertes al lazo.

Celebración popular

Isaac LOBO / Al Día

Unos 6 mil caballistas armaron la fiesta ayer durante el Tope Nacional, que comenzó en el Paseo Colón y terminó en la Avenida Segunda.

Como es tradicional, la actividad congregó desde la 1 p.m. a una gran variedad de montadores: unos con experiencia, otros con no tanta, unos que llegaron a mostrar el caballo y otros para mostrarse ellos mismos.

Laura Peña y su ombligo sacaron de concentración a más de uno. Ella vino con su familia desde Heredia y montó a “Príncipe”.

La belleza, la juventud, el orgullo, el desenfado, la costumbre y el amor tuvieron cada uno su lugar sobre un corcel. Un ejército de jinetes, provenientes de todo el país, desfilaron sobre el caliente pavimento. Ello fue atractivo idóneo para muchas familias, sobre todo para los más pequeñines.

“Venimos todos los años, pues a mi hija le encantan los caballos. Es muy lindo ver el desfile en vivo”, aseguró Karol Quirós, quien vigilaba atenta cómo su hija Diana Sánchez, de 9 años, tocaba al caballo “Campeón”, del herediano Jonathan Martínez.

“Aballo, aballo”, gritaba Carlos Morales, de 2 años. Él, su hermana Raquel Morales –8 años– y su madre Ana Yancy Martínez se “escaparon” un rato de Barrio México para ver el paso de los corceles.
Ola con cola

Criollos, albinos, andaluces, pintos, palominos y árabes, entre otros, formaron una gran comunidad equina. Gran cantidad de gente tomó las orillas de las calles desde tempranas horas, pues había que tomarse un “refresco”, comerse “un gallito” y compartir una tradición con la familia.

“Venimos desde Purral, a pasar un rato diferente”, comentó Evelyn Pérez, quien fue al tope con su novio David González.

La belleza también se hizo presente. Muchas damas desfilaron y compitieron con las del público. Se pudo ver a las modelos Guiselle López, Nicole Aldana y Ana Victoria Rodríguez.

Vendedores ambulantes vendían desde sombreros, sombrillas para el sol, comida, refrescos, pastillas y caramelos, hasta pinturas y caballistas de madera.

Algunos políticos apostaron a cabalgar y ganar popularidad al menos por una nariz, y en las calles también se vio a empresarios copetones, criadores de caballos y extranjeros.

Los caballistas tupieron de sombreros y botas al Paseo Colón.

Ya pasadas las 3 p.m., el olor a boñiga y orines impregnaba la ropa de los presentes. Los excrementos de los animales tapizaban de verde las calles de la Avenida Segunda, afeando un poco el espectáculo.

Como en todo sitio nunca falta un lunar, más de un caballista se pasó de tragos y embestía a sus compañeros o al público, haciendo pensar que los amos eran más “caballos” que los mismos animales.

La verdad es que el tope no tuvo nada de novedoso con respecto al del año pasado, pero sí se demostró que la actividad no pasa de moda.

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