Vistazo
José Luis Vega Carballo
Otro año caótico
Se trata del viejo dilema entre caos o planificación nacional, que el país no superó en el siglo 20, y ahora se presenta de nuevo en este año que llega a su final.
En 1963 se creó la Oficina de Planificación (convertida después en ministerio). Por dos décadas, se creyó posible ordenar el crecimiento económico y físico del país para alcanzar desarrollo con bienestar, y combatir los efectos adversos de la acelerada modernización emprendida durante la Segunda República (1948-78).
Fue una quimera. El período culminó con un espantoso desorden, y una pavorosa crisis de empobrecimiento y endeudamiento público en 1982, cuyas secuelas aún vivimos, siempre al borde del caos.
No fue posible ordenar el crecimiento, ni antes ni después de esa fecha, y mucho menos luego de que se liberalizó poniéndolo en manos de las fuerzas ciegas del mercado y desmantelando el Estado, bajo los impetuosos designios de las nuevas cúpulas empresariales y financieras de poder.
Mucha de la descoordinación reciente proviene de la estrategia neoliberal, que ha desatado las acciones y reacciones de diversos grupos de interés privados, amparados en una constitución liberal fraguada en 1871, a la que luego se le agregaron varios parches socialdemócratas en 1949.
Una causa de lo anterior es el actual régimen presidencialista, centralizado en la cúspide y muy disperso en el medio y en la base, lo cual dificulta controlar muchas de las acciones de esos grupos parapetados en infinidad de cámaras, asociaciones, gremios o facciones políticas.
La situación es casi imposible de controlar cuando se invoca el sacrosanto principio de la libertad comercial y de la inviolabilidad de la propiedad privada, aunque ésta se maneje en detrimento del interés social al tratar de poner orden en la administración del territorio, en sus activos naturales y cuencas, en las vías y espacios públicos, especialmente en las ciudades, donde menos planificación existe.
Aunque seguimos hablando de la función social de la propiedad y de la empresa, de poner límites a la explotación ambiental y laboral, y al crecimiento desarticulado, el país sigue viviendo a tono con la Primera República cafetalera u oligárquica (1871-1948), reforzada por las costumbres de un centralismo clientelista inaugurado en los años de 1940, sobre el que se ha montado recientemente una nueva oligarquía económica y política.
Así las cosas, y con los libertarios en boga hasta en el PLN y el PUSC, será muy difícil establecer un clima favorable para volver a la senda señalada por estadistas como Rodrigo Facio y Wilburg Jiménez, quienes, años atrás, plantearon la opción entre planificación operativa y caos nacional.
Terminamos otro año ubicados en el caos. Tenemos mucha ingobernabilidad, incertidumbre económica y síntomas avanzados de inestabilidad social.
Nada de eso podrán remediar el TLC ni otros instrumentos, si se les sujeta a intereses privados, y éstos se colocan por encima de los intereses públicos y colectivos, contraviniendo así un sano principio de la democracia.
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