Lunes 29 de diciembre, 2003. San José, Costa Rica.



 

La pérdida de voz del pontífice fue seguramente el hecho más notorio de un año difícil, marcado por la guerra en Iraq y los pedidos desoídos de Juan Pablo II a favor de la paz.

Dura prueba

2003 será recordado como el año en que el Papa dejó de hablar

Ciudad del Vaticano/ AFP. El 2003 pasará a la historia, en el largo pontificado de Juan Pablo II, como el año en el que el Papa dejó de hablar.

La pérdida de voz del pontífice fue seguramente el hecho más notorio de un año difícil, marcado por la guerra en marzo en Iraq y los insistentes pedidos desoídos de Juan Pablo II a favor de la paz.

El Papa, que festejó el 16 de octubre un cuarto de siglo a la cabeza de la Iglesia católica, pasó un año difícil, empañado por el deterioro de su salud y la reducción de la mitad de sus actividades.

Muy frágil

La voz del Papa resultaba al inicio del 2003 entre las más fuertes y autorizadas del panorama mundial y su figura, a pesar de aparecer frágil por la enfermedad de Parkinson que lo aqueja, se imponía como punto de referencia.

Las imágenes de la guerra transmitidas al mundo por los canales de televisión fueron seguidas por el Vaticano, que no dejaba de pedir a los vencedores que se acojan a las leyes internacionales y eviten los abusos en la lucha mundial contra el terrorismo.

En octubre, cuando Karol Wojtyla festejó los 25 años de su elección al trono pontificio, convirtiéndose en uno de los pontificados más largos de la historia milenaria del catolicismo, su voz empezó a deteriorarse y su estado de salud se agravó, lo que suscitó preocupación y temor entre los católicos.

El Papa “trotamundos”, que había dado más de cuatro veces la vuelta al mundo, a los 83 años no podía pronunciar palabras, el habla era inaudible y ya no podía caminar.

Agobiado por las enfermedades, por el dolor en una rodilla y en una cadera, el Papa dejó de aparecer de pie y se mostró al mundo, por primera vez, en un trono con ruedas, negándose a ser transportado en una simple silla de ruedas.

Pero las imágenes más conmovedoras de Juan Pablo II en el 2003 fueron durante la beatificación, el 19 de octubre, en la basílica de San Pedro, de la Madre Teresa de Calcuta, la llamada santa de los pobres.

Con la lengua enredada, la voz débil, un rictus en el rostro, el Papa aparecía ante el mundo como un anciano con un cuerpo indomable y un espíritu fuerte, que no se resignaba a aceptar las limitaciones de su estado.

Menos actividades

Observadores, vaticanistas, religiosos y hasta varios cardenales pidieron que se le evitaran tantos esfuerzos, tras lo cual cual la Santa Sede redujo sus actividades.

La apretada agenda del pontífice, las ceremonias públicas, los discursos y las homilías fueron notablemente disminuidas en los últimos tres meses del 2003, y Juan Pablo II ahora “preside” las misas y no las celebra como antes.

Las audiencias privadas en su estudio también fueron limitadas y el Papa recibe por pocos minutos en su palacio apostólico a jefes de Estado y líderes del mundo.

La delicada situación ha generado debates entre católicos y no católicos, entre cardenales y laicos, quienes han llegado a proponer la eventual renuncia del Papa por no poder cumplir sus funciones cabalmente.

La renuncia del Papa por ahora está excluida, aunque es evidente que la jerarquía de la Iglesia se encuentra ante una situación nueva, un dilema.

El carisma, la voluntad de hierro, el sentido de humor y la capacidad de mando del jefe de más de mil millones de católicos pasaron a ser características del pasado y las decisiones son tomadas, según los observadores, por la cúpula dirigente, entre ellos por el número dos, el secretario de Estado, el cardenal italiano Ángelo Sodano.

Pero el Papa, que durante la Navidad demostró que aún tiene fuerzas, no deja de planear viajes al exterior y no ha querido anular cuatro invitaciones para el 2004 a Suiza, Austria, Francia y México.

“El pontífice no ha decidido aún si los realiza y no ha archivado el tema”, aseguró su portavoz, Joaquín Navarro Valls, confirmando el deseo de Karol Wojtyla de seguir viajando, de rodearse de muchedumbres.

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