Lunes 21 de julio, 2003. San José, Costa Rica.

Una tarde con Celia

Ovidio Muñoz

La muerte se ha encargado de revelar uno de los mejores secretos de Celia Cruz: su edad. En vida, al menos hasta donde recuerdo, nunca habló de ella. Deseaba, como estrella que fue, mantenerse en el ámbito atemporal de los que ya tienen ganado un lugar entre los inmortales. Pero a la muerte no le gustan los privilegios de este mundo y se encarga de destruirlos sin piedad.

La noticia del adiós de Celia me llegó mientras estaba en La Cruz, Guanacaste, y de inmediato recordé el día en que, sin ser yo aficionado a la salsa y pésimo bailarín (mal congénito heredado sepa Dios de quién), estuve en el último concierto que dio en Costa Rica.

Fue en Alajuela. Miles habían llenado la plaza de ferias esperando ver a la “Guarachera” del mundo, su sobrenombre favorito. Se hizo esperar. Nadie se movió. Tras ser anunciada durante varios minutos por el animador, irrumpió en la tarima con la fuerza de uno de esos huracanes que de vez en cuando sacuden a la Cuba que tanto quería. A todos los que estábamos cerca nos despeinó, y nos llevó y nos trajo... Aquella tarde Celia era un torbellino morado con peluca rubia y tacones altos. Empezó, no podría ser de otra forma, con “El Yerbero Moderno”, que ella cantaba como nadie.

Tras sacar cuentas, veo que la cubana tenía entonces 75 años, y ni el más joven de los jóvenes reunidos ese día le ganaba en entusiasmo. Una muestra más de que cada uno tiene la edad que cree tener.

A su lado estuvo, infaltable y en segundo plano como siempre, Pedro, eterno director de orquesta eclipsado por la luz de su esposa.

Lo más emocionante ocurrió cuando le pidieron un tema que no estaba en el repertorio. Pero Celia empezó a cantarlo, a capella, y Los Brillanticos se le unieron... La interpretó completa, sin un solo titubeo, y el delirio fue extendiéndose hasta convertirse en epidemia...

Fue la tarde manuda de Celia Cruz, que se echó al bolsillo a todas las almas reunidas alrededor de su nombre.

De esa jornada remota conservo una foto junto a la cantante...Mientras otras personas esperaban su turno para retrarse con una de las mulatas de fuego, su asistente advertía “sin abrazarla, así es más elegante”. Celia no decía nada, se limitaba a hacer leyenda en medio de seguidores y de curiosos que, incluido yo, queríamos saber cómo esa mujer era capaz de mover el mundo con solo gritar Azúuuucar.

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