Sábado 8 de noviembre, 2003. San José, Costa Rica.



¿Puede el sacerdote perdonar pecados?

Mons. Román Arrieta
Arzobispo Emérito de San José

De tanto en tanto, la Iglesia nos invita a meditar en la porción del Evangelio de San Juan que hace referencia al poder de perdonar pecados que Cristo otorgó a sus apóstoles.

Ese poder se lo concedió después de su Resurrección, como para hacernos comprender que, quien recibe el perdón de sus culpas, también resucita al pasar del pecado, que es muerte, a la gracia, que es vida.

Me parece importante subrayar también que Jesús, antes de conceder a los apóstoles el poder de perdonar pecados, les dice por dos veces: “Paz a vosotros”, como para hacernos comprender que la bendición más grande que recibe el cristiano a quien se perdonan sus pecados, es la bendición de la paz, al saber que de enemigo de Dios se convierte en su amigo y, algo más, en su hijo muy amado.

El apóstol que perdona los pecados, lo hace enviado por Cristo, de igual manera que Jesús fue enviado por su Padre. Por eso, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, acto seguido, les confiere el gran poder diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo, quedan perdonados los pecados a quienes los perdonéis, quedan retenidos a quienes los retengáis” (Juan 20, 22-23).

Es interesante destacar también que Jesús, antes de darles el poder de perdonar pecados, les dijo que recibieran el Espíritu Santo. Quiso significar con ello que Dios es el único que perdona pecados, directamente o a través del ministerio del sacerdote. Por eso, el sacerdote, al otorgar el perdón, emplea esta fórmula: “Yo te perdono tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es decir, no en su nombre, sino en el de Dios.

Dicen algunos: “Yo no me confieso con un sacerdote porque él es un hombre igual a los demás. ¿Cómo, entonces, va a tener poder para perdonarme?”.

Claro que el sacerdote es un hombre, como hombres eran los apóstoles. Pero tanto a los unos como a los otros Cristo dio este poder especial, que los demás hombres no recibieron de Él. En una palabra: todos los sacerdotes somos hombres, pero no todos los hombres son sacerdotes. Ahí está la gran diferencia.

Dicen otros: “Hay muchos sacerdotes que son verdaderos santos, pero conozco también sacerdotes que son hasta más pecadores que yo. ¿Cómo, entonces, van a perdonarme mis pecados?”.

Eso también es cierto, pero lo que no es cierto de ninguna manera es que, por ser pecadores, no puedan perdonarnos. ¿Quién –pregunto– puede haber cometido un pecado mayor que el del apóstol Pedro al negar tres veces al Señor? Sin embargo, a él, igual que a los demás apóstoles que también eran pecadores, Cristo les dijo: “Quedan perdonados los pecados a quienes los perdonéis”.

En resumen: lo que se requiere para que un hombre pueda perdonar pecados es que sea apóstol, o sucesor de los apóstoles, como lo son los sacerdotes, independientemente de si se es santo o pecador.

Confiésate, entonces, y verás de cuánta paz disfrutará tu corazón.

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