Felices 44 días
Antonio Alfaro
Los días siguen teniendo 24 horas; las semanas, 7 días; y el año, 12 meses, pero quién sabe por qué misterio de la vida todos decimos: “¡Qué rápido se fue el año!”.
Será que vivimos tan a prisa, tan ocupados, tan estresados, que no nos ha anochecido cuando ya nos está amaneciendo.
¿Vivirá igual el lechero de algún recondido pueblo? ¿Y el agricultor que se levanta con el canto del gallo?
La Navidad se viene encima y de inmediato el Año Nuevo, mientras me resisto a desempolvar desde ya las luces del árbol, con el propósito de vivir un mes a la vez. Prefiero decir que vivo hoy el 18 de noviembre, y no el día 13 antes de diciembre. Y es que solemos estar en el pasado o en el futuro, pero pocas veces en el presente (¡bendito sea!), el único tiempo en que podemos reír, agradecer, abrazar, planear, actuar.
Decidió cierta vez un príncipe cabalgar por el mundo –según el cuento Los Siete Mensajeros, de Dino Buzzati– y conocer todos los territorios del reino de su padre, una aventura que, sin saberlo, le tomaría la vida entera. Al inicio, solía enviar a sus mensajeros de regreso a casa, para tenerlos de vuelta a las semanas con noticias del pasado, las personas y lugares que atrás quedaron. Cuando el castillo estuvo muy lejos y la vida no hubiese alcanzado a ninguno de los mensajeros para ir y volver, los envió entonces hacia adelante, con tal de tener nuevas de los sitios por venir.
Olvidé el final –lo confieso–, pero recuerdo que, al terminar la lectura, me pregunté por los lugares que el príncipe recorrió. No había en el cuento una sola descripción del paisaje, la gente, los animales, los ríos –si acaso los hubo–, las montañas, los valles o los llanos, ni de los atardeceres y los ocasos. ¿Era, tal vez, la vida de quien moró siempre en el mundo del “fue” o del “será”, pero nunca en el del “es”?
¿Será que nos pasa lo mismo? ¿Será que decimos “¡qué rápido se fue el año!” desde mediados de julio y siento por ello haber escuchado la frase tantas veces?
¿Será que necesitamos, de alguna forma, llegar pronto a las fiestas dicembrinas y cambiar de calendario como quien cambia de vida, con solo pegar en la pared uno con el 2004 en números bien grandes?
¿Y los 44 días que le quedan al 2003? ¿Le arrancamos una página al almanaque? ¿Nos trasnochamos hoy y nos decimos mañana: “¡Feliz Año Nuevo!”?
Permítame, por ahora, desearle sinceramente unos felices 44 días.
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