Lunes 24 de noviembre, 2003. San José, Costa Rica.



El proceso para producir nanotubos de carbono que ideó la costarricense Jeannette Benavides para la NASA es 10 veces más barato y da mejores resultados que los anteriores. Cortesía de la NASA

“Costa Rica puede dar mucho”

Jéssica I. MONTERO SOTO / Al Día

Ella trabaja con tubos de carbono, que son diez veces más delgados que un cabello humano. Ella misma consiguió hacerlos diez veces más baratos y por eso hay planes de construir con ellos unos robots exploradores diminutos y de bajo costo.

La costarricense Jeannette Benavides, doctora en físicoquímica y directora del proyecto de nanotubos de carbono en la NASA, participó el jueves y viernes pasados en la reunión del Comité Asesor Internacional (CAI) del Centro Nacional de Alta Tecnología (CENAT).

Ella cumple tareas destacadas en esa entidad, ahora que está en proceso la construcción del Laboratorio Nacional de Nanotecnología, Microsensores y Materiales Avanzados (LANOTEC).

Además:

  • Cerca de la tragedia
  • La nanotecnología es una rama de la alta tecnología, que trabaja en tamaño molecular, para llevar los procesos a escala nano, es decir, una mil millonésima parte de un metro. “En la NASA, la nanotecnología tiene usos muy específicos, para los objetivos espaciales de la agencia, pero en Costa Rica se pueden adaptar los usos al campo de la biodiversidad, y con el capital humano que hay, Costa Rica puede dar mucho”, declaró Benavides.

    En esa actividad, Benavides conversó con Al Día sobre su trayectoria, logros y proyectos.

    Hacer camino

    Los nanotubos de carbono son estructuras huecas, consideradas más resistentes que cualquier metal y cuyas propiedades cambian según el elemento con el que se rellenen.

    Con un cambio radical en el proceso para obtenerlos, la doctora Benavides consiguió disminuir los costos de $100 (¢41.500) por nanotubo a $10 (¢4.150).

    La NASA asegura que su proceso es más simple, más seguro y mucho más eficiente que todos los métodos anteriores. ¿Qué dice ante tanto éxito? “Lo que quiero es seguir experimentando con la forma de rellenarlos, para obtener propiedades diferentes”.

    –¿Cómo surgió este nuevo proceso de producción de nanotubos de carbono?

    –Uno aplica las ideas que tiene y algunas cosas ocurren por casualidad. Durante la investigación uno descubre cosas, uno tiene varios conceptos que quiere desarrollar, pero las casualidades también pasan.

    –¿Cuántas personas trabajan con usted?

    –Tengo dos proyectos y siempre trabajo con estudiantes, tres en este momento. En total son como seis personas, pero en realidad yo no tengo una posición formal que diga que soy la jefe de ellos, soy más bien líder.

    –¿Cuál es su otro proyecto?

    –Se llama Biosensores de fibras ópticas y consiste en usar fibras ópticas para desarrollar sensores que detecten cambios en la luz a velocidad muy rápida y se puede aplicar en muchos campos.

    En la cafetería del CENAT, en una mesa cercana a la que comparten los participantes en la reunión del CAI, Benavides explica como se enamoró de la química. “Siempre fui una niña muy curiosa y me acuerdo que eso me metió en bastantes problemas” dice, entre risas.

    –¿Cuándo comenzó su interés por las ciencias?

    –Una vez, cuando tenía como seis años, mi mamá tenía unas matas de flores con tallo muy largo y como una margarita al final, todo el jardín con grupos de un mismo color. Yo agarré unas tijeras, corté todas las flores, las metí en botellas y les puse alcohol, porque según yo, iba a hacer perfume. Claro, ¡eso no le gustó mucho a mami! (risas). Pero cuando yo tenía 7 años, mi papá me explicó qué era la electricidad: que los electrones, que esto y el otro... mi papá me abrió una puerta a la ciencia.

    –¿Cuál era su plan al graduarse como Química?

    –Yo siempre había admirado la NASA y tenía esa meta: algún día trabajar para la NASA. Pero el camino hacia la NASA no ha sido así como directo...

    Para llegar a la NASA, ella tuvo que buscarse las oportunidades y valerse de todas las circunstancias, además de fortalecer su formación académica. “Tengo la filosofía de que ningún conocimiento es un desperdicio: todo lo que se aprende se usa en algún momento de la vida”, relata, por su experiencia.

    –¿Cómo se da el contacto con la NASA?

    –Bueno, trabajando con la FDA (Administración de Alimentos y Drogas de Estados Unidos) yo todavía tenía la idea de estar en la NASA, y me decía ‘¿Qué voy a hacer yo con bioquímica en la NASA? Ahí se necesitan ingeniería y otras cosas. Mejor empiezo a estudiar el doctorado en físicoquímica’, que estaba más dirigido hacia lo que en ese tiempo necesitaba la NASA.

    Por pura coincidencia, en la Universidad Americana (Washington D.C.) tuve un profesor de “Física del estado sólido”, Henning Leitecker, que trabajaba para la NASA y como me saqué un 100 en el curso, le pedí que me recomendara y él lo hizo. Me hicieron una entrevista y un año después me llamaron. Pero lo más interesante es que ¡ahora estoy utilizando más la bioquímica que la físicoquímica!.

    – ¿Se siente satisfecha?

    –Muy satisfecha. Yo le decía a mami que no tengo ni un solo momento aburrido, cada semana algo pasa. La única semana que dije que no estaba pasando nada ¡llegó el huracán Isabel! (ríe).

    Un día voy a escribir un libro, porque he tenido experiencias maravillosas, de la gente que he conocido, las visitas a Costa Rica, en fin, montones de cosas.

    Ayer, Benavides regresó a Virginia, luego de pasar un fin de semana sin nanotubos de carbono, ni laboratorios o conferencias, sino exclusivamente familiar, en la casa de sus papás, en Heredia.


    De sonrisa fácil y trato agradable, la científica Jeannette Benavides tiene en sus manos uno de los proyectos más prometedores de la NASA.

    Cerca de la tragedia

    Por su trabajo y por vivir en Estados Unidos, los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono y la destrucción del transbordador Columbia tocaron de manera muy especial la vida de Jeannette Benavides.

    “Vivo como a cinco minutos del Pentágono y paso frente al edificio todos los días para ir a trabajar. El 11 de setiembre del 2001 pasé por ahí 15 minutos antes de los ataques, y me enteré hasta que llegué al Centro Espacial (Goddard, en Maryland). Por unos días estaba esa sensación de si seríamos los siguientes. Es una cosa así, tan rara, que se siente uno muy vulnerable. La seguridad aumentó mucho y de vez en cuando hasta uno tiene que detener el carro para que le abran la joroba y mostrar el pase y todas esas cosas.

    “En el caso del Columbia, los efectos todavía es muy difícil saberlos. Sin embargo se escribió un reporte y nosotros los empleados tenemos que leerlo, porque hay muchas cosas que se debieron haber hecho diferente y una de las muchas cosas buenas que tiene la NASA es una tremenda capacidad de autoanálisis”.

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