Domingo 30 de noviembre, 2003. San José, Costa Rica.



En lo alto de la Loma de Tiscapa, en el mismo sitio del corazón de Managua donde existió el búnker de la dictadura somocista, se levanta la imagen de Augusto C. Sandino, personaje crucial en la historia de Nicaragua. La silueta vigilante puede observarse desde muchos lugares de la capital. Fotos José MELÉNDEZ / Al Día

ILUSIÓN Y ENGAÑO

Pobreza y corrupción postran a Nicaragua

José MELÉNDEZ, enviado

Managua - Tras un siglo marcado por dos intervenciones armadas de Estados Unidos, una dictadura de derecha de casi 50 años y una frustrada revolución socialista, Nicaragua apenas despierta a la democracia, sacudida por una creciente deuda social y sin despojarse de un lastre histórico: la polarización política

Con las cicatrices abiertas por un siglo que golpeó con mortíferos desastres naturales causados por terremotos, huracanes, erupciones volcánicas y hasta un maremoto, los nicaragüenses observan que al despuntar la nueva centuria, el país todavía sufre por las viejas luchas entre conservadores y liberales o sandinistas y somocistas o las alianzas parciales y momentáneas entre disidentes de uno y otro bando.

Pero aún así, el “nica” común y corriente, el que lucha en la calle contra el desempleo y la marginación, sigue siendo una mezcla de atrevido y servicial, desconfiado e inconforme, resignado a soportar penurias y en lamento constante por su cruda realidad.

Y, por supuesto, es un nicaragüense también polarizado, como reflejo de la sociedad, pero sin llegar a la lógica bélica del pasado. Los nicaragüenses debaten (ahora en paz) y se recriminan con tolerancia por los errores o aciertos políticos o por tener el carné de militancia de tal o cual partido, lo que a veces parece ser un requisito social. La Nicaragua que me encontré hace dos semanas, luego de casi ocho años de no visitar un país al que viajé infinidad de veces desde 1978 para cubrir guerras, elecciones, desastres o conflictos internacionales, es otra cosa de la que dejé a mediados de la década de 1990.

Se ve la misma miseria (o peor) que la que hundió a esta nación en la época somocista o en la sandinista, pero también se ve el progreso, al menos en Managua y algunos sitios periféricos. Crecen el consumo y las masivas ofertas comerciales y, obviamente, persisten las agudas diferencias sociales. Se levantan centros comerciales muy cerca de los anillos de miseria y del ejército de trabajadores informales que abunda en las esquinas.

La inversión pública es mayor y se ven los resultados. Y de una u otra manera, Nicaragua tiene hoy más confianza en sí misma y más potencial económico para crear las urgentes fuentes de empleo.

Allí está la clave y el impacto sobre Costa Rica.

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