Los santulones
Edgar Fonseca
Después lloran amargamente algunos preguntándose por qué vastos sectores de la opinión pública claman por abrir a la competencia, al menos, ciertos servicios básicos en este país.
Después denuncian algunos que todo ello es una conjura, obra de lacayos del imperialismo, desde los medios, que busca la purga de instituciones y servicios corroídos por la ineficiencia y la corrupción para entregarlos al sector privado.
Eso sí, hacen mutis, estos santulones, del adulterio escandaloso en que anda, por ejemplo, la cúpula de La Habana, con el mismísimo pisuicas del capitalismo neoliberal, con tal de que los comandantes engorden sus cofres de fardos verdes.
Y hacen mutis, nuestros santulones, del fulgurante emporio capitalista, de apertura ciento por ciento, de competencia sin par, enclavado hoy en Shangai, en la mera China Roja, la del Mao que debe revolcarse en su tumba.
Nuestros santulones, eso sí, se rasgan un día y otro sus ropajes y tañen sus cítaras, si alguien insinúa apertura comercial, o rompimiento de monopolios en sacrosantas entidades secuestradas hoy por seudosindicalistas.
Sin mucho en qué pensar e invertir su tiempo, unos preclaros diputados pidieron, incluso, boicotear la votación del TLC con EE. UU.
Y un dirigente, a lágrima partida, denunció amargamente que el Departamento de Estado lo invitó “para lavarle el cerebro” con lo del tratado y que él le prometía a su mamá y a sus amigos que jamás iría... ¡Pa´esmorecerse de risa con tanta jocosidad!
No ven, nuestros ilustres agoreros, el atropello a que es sometido el usuario costarricense en un sinnúmero de esas instituciones donde están entronizados.
Las escenas captadas por nuestros reporteros la madrugada del lunes en las afueras del Consejo Nacional de Educación Vial, en Paso Ancho, ratifican ese desamparo en que anda hoy el costarricense a merced de burócratas, de sindicalistas y de gavilanes, institución tras institución.
Vaya donde usted vaya, en este estado de cosas, se cuentan con los dedos los funcionarios ejemplares.
Se impone en este entorno la cultura de la displicencia, de la defensa salvaje de gollerías, del “porta a mí”, del pachuquismo, del tortuguismo, ante la que se santiguan nuestros santulones hoy.
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