Miércoles 1 de octubre, 2003. San José, Costa Rica.

¡Una mujer...!

José María Penabad

Hablar, escribir, pensar sobre el valor de la mujer es una constante de emociones y un ideario de trova y poesía. Y fantasía.

Amina Lawal, sin embargo, con su cara de tristeza helada, la mirada de derrota, ojos clavados en la indiferencia, ni bella ni fea, sencillamente mujer, es la nigeriana que nunca había provocado inspiraciones, ni rimas ni ritmos de amor.

Apenas había merecido los condenables amoríos furtivos. Tras un divorcio, madre de la niña Wasila. He ahí su pecado. Alumbró sin estar, otra vez, casada. Para la fanática ley islámica, merece lapidación. Morir aplastada por una avalancha de piedras. No importa cuán pecaminosas sean las manos de los individuos que lanzan, gota a gota, la lluvia de trozos de roca... Así lo ordena la cruel “sharia”. Retroceso secular.

Pero ver a Amina, con su hija en brazos, una imagen que seguramente cautivaría a los pinceles más exclusivos, fue un cuadro que se multiplicó por páginas y escenas televisivas universales. Impactó. Pintor de santos de alcoba, píntame angelitos negros si sabes que en el Cielo también los quiere Dios...

Y se produjo el milagro, la rebeldía del espíritu humano, la fiel transparencia de la solidaridad, la fraternidad y, sobre todo, la igualdad. No importó el color, ni la ley seudomedievo, ni la religión enclaustrada en mentes cerriles, emergió el empeño globalizado (aquí suena positiva esta discutida palabreja) para frenar el inhumano destino de una vida arrastrada a su fin por la irracionalidad. Un principio cristiano que tomó cuerpo y acción en la figura avasallada de Amina Lawal: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Las crónicas han salvado un escollo impreciso. Se fueron directas al hecho. Y nada nos dijeron, dichosamente, si Amina cumplió la escolaridad, o si desconoce las letras o sabe escribir. Lo complementario, que acuña su personalidad, quedó omiso. Basta la razón soberana de una mujer que a sus 31 años de edad sufre la sentencia del oscurantismo más degradante, en los albores de un milenio repleto de esperanzas.

Por el método, maltrato de Amina, es fácil deducir el contenido y continente de la sociedad nigeriana, donde el feminismo corre los riesgos y el machismo impone sus reglas dominantes. Fuere como fuere, lo cierto es que un grito externo, eco de multitudes, rebotó como huracán en los tribunales de Nigeria. Y Amina, salvada de su terrible pena, podrá criar a su niña. Y Wasila, cuando crezca y entienda las versiones de su pasado, podrá repetir, orgullosa, junto a su madre, aquello de “quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra”.

Desde 1949 –siempre Don Pepe– Costa Rica es una democracia completa. Antes y después del voto de la mujer. Un día, mi nieta mayor, que recién cumplidos los 18 años espera ansiosa emitir su primer sufragio en el 2006, mi nieta, digo, me pidió que firmase un memorial para solicitar piedad, junto a incontables costarricenses, para Amina Lawal. Rubriqué, por supuesto.

Pasado un tiempo, satisface haber colaborado en tan singular tarea. Tal vez una arenilla en el mar. Pero, precisamente, por ser un punto entre miles, millones, de todas las latitudes, se consolida y hace hermosa la vía de asociarse con desconocidos del mundo para respaldar un sentimiento unido, compartido con sinceridad, haciendo bueno el vigor de una lucha decente porque, efectivamente, grano a grano se hace granero.

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