Domingo 19 de octubre, 2003. San José, Costa Rica.


“El colmo, créanlo o no mis lectores, fue que me gradué de sexto grado (el único) con pantalón corto”, dice el ministro Sáenz. De confesiones como ésa está lleno su libro. Herbert ARLEY / Al Día

Autorretrato en azul

En un libro muy personal, Guido Sáenz se descubre frente a todos

Ovidio MUÑOZ / Al Día

Dice el pianista Jacques Sagot que Guido Sáenz le hace el amor a la vida, la devora.

El Ministro no se mide, no escatima nada a la hora de vivir.

Don Pepe –Figueres, ¿cuál otro?– dijo que era una de esas personas raras que son fuente de inspiración.

Guido Sáenz (le quito el don por cuestiones de estilo, él sabe cuánto lo respeto) ha sido un personaje central en el último medio siglo de historia del país. No cualquier personaje, aclaro, sino un protagonista, como lo fue muchas veces en el teatro.

A su manera sigue siendo actor. Conoce bien sus cualidades, las explota, las proyecta. Habla sin la falsa modestia que algunos aprecian tanto.

“No me desvelo, sé que lo voy a hacer y sé que la gente tiene confianza en que Guido Sáenz lo va a hacer”, dice sobre el proyecto de La Aduana. Incluso, habla de sí mismo en tercera persona, un privilegio de pocos.

Inspira tanta seguridad que podría vender pesetas a colón.

Con estrella

A los 74 años, el hombre (músico, pintor, dos veces ministro, cuatro padre, nueve abuelo) se desnuda en un libro al que bautizó “Piedra Azul: atisbos en mi vida”, presentado el jueves en el Instituto México. Azul es, además, su color favorito, y lo era también del pianista Frédéric Chopin, uno de sus grandes ídolos.

En el texto está su propia historia, o al menos los capítulos más sobresalientes. Su familia, su pasión por la música, sus seres más queridos y admirados, hasta sus confesiones amorosas.

“Supe, a los quince años, de manera contundente, lo que significa estar enamorado”. La destinataria del sentimiento era Daisy Shelby, su compañera desde hace casi medio siglo.

Guido Sáenz nació con estrella y lo sabe. Creció viendo, oyendo y aprendiendo de los grandes (grandes en edad, en estatura y en tamaño histórico), como Carlos Salazar Herrera, Teodorico Quirós, Yolanda Oreamuno, Manuel de la Cruz González.

Después vivió cerca de otros grandes como don Pepe, Francisco Amighetti o Paco Zúñiga. “En el libro están los que más admiré y más quise, como Amighetti y José Marín Cañas, posiblemente el hombre más brillante que he conocido en mi vida”.

Todos fueron convocados para el texto (“vueltos a la vida”, dice Sagot) y andan por las páginas con la entera libertad que el autor les dio.

“Quiero dejar un testimonio vivo de cosas que vi, oi y sentí, y que se desarrollaron delante de mis ojos”.

Para lograrlo pasó horas, días, semanas, meses, años... dos años en total.

Teclas por ladrillos

En “Piedra azul” –llamado así para honrar el nombre de una finca en Orotina donde pasó varios años siendo niño– hay campo para las peripecias de la creación de La Sabana, del Museo de Arte Costarricense, la Sinfónica Nacional y su pasión por el piano.

“Quise ser pianista, pero el destino me metió un empujón y me dijo ‘no’”. La vida le cambió las teclas por los ladrillos de la fábrica familiar y lo puso al frente de la empresa.

“Esas cosas dramáticas de la vida me han hecho fuerte... puedo ser muy frágil anímicamente, me puedo desplomar por la emoción... yo lloro en una película y lo confieso tranquilamente”.

Aquí aprovecho para darle un giro a la conversación; ¿va al cine?, pregunto. “En la medida en que puedo, de aquí (el Ministerio) salgo a las ocho o las nueve, llego a la casa, me como una frutita, una tostadita y se acabó el cuento; entonces me quedo viendo televisión”.

¿Ve televisión nacional? “No, cero”. No le hacen gracia las películas dobladas. Dice que prefiere el cable y de éste las cintas en su idioma original, los documentales, o alquilar videos si la oferta no le satisface.

En torno a Guido Sáenz hay varias leyendas, y me atrevo a decir que algunas han sido alimentadas por él mismo. Es conocida su enorme confianza en sí mismo, su vehemencia, su entrega.

“Más de uno me va a señalar de ególatra y narcisista... y me importa un pito... así hacen cuando digo que los aviones donde yo viajo no se caen, porque ¿cómo se va a caer un avión donde va Guido Sáenz”.

Lo dice en broma, está claro, para provocar, para puyar, pero muchos no han entendido que se trata de eso, de un juego, y lanzan dardos furiosos. Él responde con el gesto de sacudirse los hombros, una recomendación de don Pepe.

Nadie le dice que no

Otra frase sobre él afirma que nadie le dice que no a Guido Sáenz, pues logra cuanto se propone. “Es una broma. Ahí lo que hay es seguridad, convicción en lo que hago”.

De esa broma, esa seguridad y esa convicción salieron La Sabana, el Museo de Arte, la revolución musical de los setentas y ahí se incuba La Aduana.

De este Ministro, los costarricenses hemos visto su parte fuerte, vigorosa, enérgica. La frágil ha estado fuera de escena.

Le cuento que algunos hablan de la existencia del mito de Guido Sáenz y responde con una carcajada y una pregunta “¿eso dicen?, ahhh, está buenísimo”.

Parece no afectarle lo que se dice de él, sea bueno o malo. “Yo no me he propuesto demostrarle a nadie nunca lo que soy, posiblemente lo que pienso sí, he escrito, he hecho teatro, ahí hay un grado de exhibicionismo que no voy a ocultar. Pero si me monté en un escenario, obedeció a la sensación de que tenía el talento para hacerlo”.

Cuando actuaba le llovían elogios. “Se dijo que tenía talento, y lo digo en el libro con toda la inmodestia. Se dijo ‘sin duda, el mejor actor que tiene Costa Rica es Guido Sáenz’, entonces asumí un deber con mi país, con el público que iba a verme, admiradores o detractores”.

¿Y los detractores son hoy más o menos? “Conforme uno se remonta en la fama o en el prestigio, aumentan los admiradores y los detractores, yo diría que en dosis parecidas. Alguna gente no soporta que quienes los rodean tengan talento o fama”. Él sabrá por qué lo dice.

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