Domingo 21 de septiembre, 2003. San José, Costa Rica.

Limón, 8 de junio, 4:40 p.m.. Filander Prendas: “Si alguien tiene duda de que Dios existe, es mejor que la disipe. Puedo decir que realmente existe y somos testimonio viviente de un milagro”. Érick CÓRDOBA / Al Día

“Señor, mi vida es tuya...”

Filander Prendas, gerente de la sucursal del Banco de Costa Rica en Matina, Limón, su esposa Olga Padilla y los hijos de ambos, Priscilla, de 8 años, y Sarit, de 3, fueron secuestrados, la noche del 16 de julio del 2003, por una banda de asaltantes para saquear esa agencia.

Joven, trabajador y habilidoso en temas financieros, a sus 32 años, Filander Prendas ya había alcanzado la gerencia de la sucursal del Banco de Costa Rica en Matina.

Casado con Olga Padilla y padre de Priscila, de 8 años, y Sarit, de 3, su vida transcurría con normalidad, en El Cairo de Siquirres, hasta la noche del 16 de julio pasado.

Además:

  • Mataron al chancero
  • Esa noche cuatro hombres entraron en su vivienda y retuvieron a su familia en una montaña hasta el día siguiente, cuando huyeron con ¢20,5 millones del banco.

    Este es su relato de la pesadilla: “En algún momento llegué a sentir que era otra persona en un cuerpo prestado. Estaba viviendo un sueño o una película. No era mi realidad”.

    “De todo esto lo único bueno que rescato es el estar más confiado en Dios, pero nuestras vidas no son iguales. El Banco de Costa Rica me ha dado todo el apoyo, contrataron unos psicólogos que nos han dado terapia. Un mes después me integré al trabajo.

    Una sombra

    “Ahora camino muy tenso. Voy por la carretera viendo los automóviles. Si un carro tarda mucho detrás del mío, freno o me hago a un lado para que pase y descartarlo. Estoy atento a quien maneja y qué placas tiene. No me siento seguro en la calle. Cualquier sonido o cualquier ruido me pone nervioso.

    “Mi esposa tenía cierta actividad comercial, pero debió suspenderla a raíz de esto. Con las niñas, nuestra vida sigue normal. Sí extremamos las medidas de seguridad, a la hora de llevar y traerla la niña de la escuela. En general hemos ido tratando de hacer una vida normal, aunque es demasiado difícil.

    Aún me duele

    “Padezco de azúcar en la sangre, estuve un poco alterado y con un poco de depresión.

    “Todo fue muy tenso. Pero lo más crítico, lo que me marcó y aún me duele, fue ver a mi familia salir por la puerta de atrás cuando los sacaron de la casa. Fue una despedida, no sabía si los volvería a ver. Sarit iba medio dormida.

    “Me quedé con los dos hombres y pasé la noche sentado en un mueble. Hasta me tuvieron esposado un rato.

    “Si les pregunté 500 mil veces, cómo estaba mi familia, fue poco. Lo único que les decía: ¡Necesito mi familia!, ¡Quiero que mi familia esté bien!. ¡Hagánme a mí lo que quieran, pero necesito a mi familia!. Afuera los perros de un vecino ladraban furiosos. Uno de los hombres dijo: ‘se siente la vibra, verdad’. Mi vecino no estaba.

    “Ellos no me golpearon, pero me hicieron un buen trabajo psicológico. Me apuntaban con un arma: “Ahora es que te mato”. Me pedían las llaves del Banco y la bóveda. Les explicaba una y otra vez que no las tenía, pero no me creían. Pensaban que me estaba burlando. Con más enfado, decían: ‘¿No ves que tenemos a tu familia?’. ‘Tenemos a tu esposa y tus hijas, no te importa’. Les insistía: no les estoy mintiendo...si quieren me matan, pero a mi familia no le hagan daño.

    “Un día antes había sufrido un accidente y me incapacitaron. El compañero que guardaba la llave se la iba a dejar a otro, lo cierto, es que no estaba seguro quien las tenía”.

    Encerrados

    “Me habían advertido que no podía avisar a la policía, hasta dos horas después o moría mi familia.

    “Le conté a mis compañeros y cuando los tipos se fueron todos nos metimos a un cuarto a esperar. Ahí nos abrazamos y empezamos a orar. Esos momentos fueron muy tensos, porque los teléfonos no paraban de sonar y los clientes tocaban la puerta y ventanas. Poco antes del plazo, un policía se asomó donde estábamos y fue cuando contamos lo sucedido. “Cuando todo empezó, levanté las manos y dije: Señor, mi vida es suya, siempre lo ha sido, usted me la dio, usted sabe si me la quita. Desde ese momento me movió una fuerza interna, que no es de este mundo y le aseguro, no la tengo yo”.


    Ciudad Quesada, 5 de setiembre, 11:45 a.m.. Doña Damaris Molina vive con miedo, tras la violenta muerte de su esposo a manos de atracadores. La acompaña su hijo Wílbert Segura. Otto CORRALES / Al Día

    Mataron al chancero

    El 21 de julio anterior, varios delincuentes asesinaron a balazos, en las afueras de Ciudad Quesada, al vendedor de lotería sancarleño, Wílberth Segura Rojas, de 47 años, padre de dos hijos. Los criminales no han sido identificados ni detenidos.

    “Mi esposo era quien pagaba los recibos del agua, la luz y del teléfono. Compraba el diario o pagaba la matrícula de mis hijos...el hacía todo pero ya no está y me hace falta”, afirma doña Damaris Molina, cónyuge de la víctima.

    “Vivo una diaria pesadilla. Es imposible olvidar”, comenta Molina.

    Sus hijos, Wílberth y Yailín Segura tampoco superan el crimen de su padre y hay ocasiones en que lo esperan por las noches para abrazarlo como siempre lo hacían.

    “Ellos eran muy pegados con Wilberth. Mi hija, por ejemplo, dice que cuando pasa por el Mercado, donde su papá vendía lotería, cree verlo ahí sonriente y feliz”, añade. Segura era muy conocido en San Carlos porque en diciembre de 1999 vendió el “gordo navideño” a Jorge Brenes y Yolanda Saborío, vecinos de Ciudad Quesada.

    Tras el crimen, uno de los más violentos de los últimos meses en San Carlos, la vida de doña Damaris cambió.

    Ahora, vive con miedo. No volví ni al centro de Ciudad Quesada, prefiero quedarme encerrada en la casa porque me da más tristeza pasar por donde siempre estaba mi esposo”, afirma. A Molina le gustaría olvidar todo pero, según dice, “el dolor que llevo dentro me acompaña de día y de noche”.

    “Me cuesta creer, me cuesta acostumbrarme. Es difícil pensar que ya no está, que no volverá, que me lo mataron”, exclama.

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