Domingo 28 de septiembre, 2003. San José, Costa Rica.

Más allá del fútbol

Gloria Bejarano

El espectáculo fue mayúsculo: gritos, insultos y empujones, las tarjetas se multiplicaron, y un partido que prometía ser bueno, acabó en una bochornosa situación.

¿Quién tuvo la razón? No sé lo suficiente de fútbol para poder emitir un criterio, pero sí creo que el problema fue más allá de un pleito en la cancha, y nos mostró lo que es hoy en día un comportamiento muy usual.

Oyendo a los comentaristas deportivos, algunos coincidían en que ya se ha vuelto común que las decisiones del árbitro sean cuestionadas por los jugadores, en muchas oportunidades, con una actitud amenazante y ofensiva.

Guste o no, el árbitro representa a la autoridad dentro del campo. Su decisión es inapelable y debe ser respetada. Es cierto que las decisiones no son siempre compartidas por los aficionados, los comentaristas o los jugadores, muchas veces con razón, pero esto no puede ser motivo suficiente para ofender, amenazar y golpear a quien cumple con su trabajo.

El reto a la autoridad se ha convertido en una actitud generalizada. En muchos casos es casi ya un deporte el tratar de burlar las leyes y las normas. En todos los ámbitos se cuestionan las directrices, decisiones y órdenes de un superior.

En la escuela, el alumno cree saber más que el maestro; en la casa, los hijos discuten con los padres; en las oficinas, los subalternos burlan las reglas; en las calles, se irrespetan las señales de tránsito; y en el fútbol, no se aceptan los fallos del árbitro.

Una sociedad que pierde el sentido de las jerarquías, e irrespeta todo lo que representa orden y fijación de límites, cae en el caos. Nuestras acciones tienen consecuencias y, si rompemos los limites establecidos, la autoridad es la encargada de que asumamos nuestra responsabilidad. Pretender lo contrario o buscar desautorizar su mandato es propiciar la anarquía y el desorden.

Me parece increíble que, en Brasil, los magistrados decidieran recientemente que insultar a un árbitro no puede ser considerado un delito y, por lo tanto, no habrá sanciones para quienes lo hagan. Decisiones como la anterior no benefician a nadie y sí favorecen el irrespeto.

Nuestros pueblos ven en los deportistas modelos a seguir. Por eso, debemos fomentar que lo que se emule en la cancha sea la entrega, preparación física y disciplina, pero nunca el mal ejemplo, el lenguaje soez o la malacrianza.

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