Domingo 28 de septiembre, 2003. San José, Costa Rica.

La gente es muy quisquillosa a la hora de escoger los animales que se exponen en el trueque, pero siempre la venta es buena.

La esquina del trueque

Todos los jueves, decenas negocian sus animales de granja en los alrededores del mercado cartaginés

Neyssa M. CALVO ACHOY / Al Día

En los sacos de gangoche algo se mueve. Un hombre de sombrero alto y pies descalzos –conocido como José “Piquín” Quirós– coloca el suyo en el piso, y éste empieza a dar saltos como si fuera manejado por hilos.

El misterio desaparece cuando se escucha el cacareo de una gallina, que trata de acomodarse en el reducido espacio del saco amarrado con un nudo.

Es jueves y todos en Cartago saben que es el día del trueque de animales. La actividad se realiza 100 metros al oeste de la esquina suroeste del mercado.

Los animales tienen que ser de primera. Los conejos son muy apetecidos.

A las 5:00 a.m., la gente empieza a buscar un campo para sus conejos, gallos, gallinas o pollitos. En el trueque, no se ofrecen los animales al pregón. Tan solo cuando alguien se acerca a husmear en los sacos de gangoche, empieza el regateo.

Preguntan el precio, dudan en aceptar el negocio, dan una vuelta por el lugar, miran otros animales, y al final puede que vuelvan al primer vendedor.

Esa esquina tan particular no se escapa de la reventa e incluso a veces es tan libre que “se hace ahí frente a uno que acaba de vender en menos precio la misma gallina”, cuenta con cierta indignación Marco Aurelio Fuentes.

Él cría pollos jardineros, pero el jueves 11 de setiembre llevó tres gallitos. Como la gente solo le pedía pollas, tan solo pudo vender un animalito en ¢500. A eso de las 10:00 a.m. se dio por vencido y regresó a casa.

A esa hora hay poco que comprar ya, pero siempre hay clientes. Doña Patricia Merlo, vecina de Caballo Blanco, llegó con su pequeña María Angélica en busca de una gallina jardinera.

“Me gustan las jardineras porque son pequeñitas y mi hija puede verlas como una mascota”, cuenta. Sin embargo, no tuvieron suerte para encontrar a la gallina ideal, y se marcharon con la idea de llegar tempranito el próximo jueves.

Los pollitos son muy buscados por sus múltiples usos: pueden ser mascotas o bien los alimentan para venderlos luego.
Buen negocio

Algunos de los comerciantes compran los animales en las granjas y viajan de pueblo en pueblo para venderlos. Entre ellos está Ruperto Rodríguez, de 60 años, quien tiene tres décadas de dedicarse a ese negocio.

“Los lunes voy a comprar pollitos en Pozos de Santa Ana y en Alajuela. Después voy a las ferias a venderlos en la semana”. También aprovecha y compra algunos animales para su casa, situada en Grecia.

Otros, como Roberto Solano y Carmen Badilla, crían animales en sus casas para el consumo diario y, de paso, ganan algo de dinero con su venta en la esquina cartaginesa.

Doña Carmen siempre se ha dedicado al negocio. Incluso, recuerda que, al casarse, su suegra –Pastora Molina– le dio como regalo de bodas dos gallinas y 14 pollitos.

Pero vender no es tan sencillo, pues la gente es muy exigente. Se fija, por ejemplo, que la piel de la gallina sea amarilla (pues es más suave), que el pico esté entero (si está cortado no puede comer bien y su carne será de menor calidad) o que las patas no estén “con corroncha”, porque es señal de vejez.

Aunque el plumaje no parece importarle a los compradores, “Piquín” cuenta que entre gustos no hay nada escrito. Los chinos, por ejemplo, persiguen “la gallina negra para hacer un caldo y tomarla para la calentura”.

“Piquín” ya tiene 75 años y conoce bien el negocio, pues desde los 15 acude a la esquina del mercado para vender y comprar gallinas.

En la casa –dice este cartaginés– ahora solo tiene unas 10 gallinas y las vende en ¢1.500 cada una. La ganancia es poca, pero él asegura que saludar a la gente cada jueves y traer el saco al hombro con sus gallinas, es su pago.

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