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La
principal meta del INA, en Ciudad Quesada, es disminuir este
año el impacto de la falta de educación primaria
y secundaria de calidad en las comunidades más pobres
de la zona, por medio de capacitación para los jóvenes
de esos sectores en oficios que les ayuden a salir adelante.
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Tierra
de contrastes
Juan
Pablo CARRANZA
Álvaro SÁNCHEZ CÓRDOBA
alvarosanchez@aldia.co.cr;
jpcarranza@aldia.co.cr
Zona Norte.- Las diferencias
en la Zona Norte están marcadas por los kilómetros.
Falta de transporte, aulas adecuadas,
tiza, pupitres, cuadernos y hasta de zapatos, es lo que con facilidad
es lo que podemos encontrar en zonas como Pocosol, Cutris, Upala
y Los Chiles.
En otros centros educativos más
céntricos existen necesidades. Sin embargo, son solventadas
con mayor facilidad.
Leonardo
y Alejandro Altamirano Jiménez, estudiantes de la escuela
Juan Chaves, de Ciudad Quesada, son excelentes alumnos: el primero
fue galardonado como uno de los mejores estudiantes del país
en la Casa Presidencial.
Ambos
han participado en concursos organizados por el Ministerio de Educación
Pública (MEP) y han logrado merecidos triunfos.
Pero
Víctor y Darwin Martínez, estudiantes de la telesecundaria
de San Rafael de Pocosol, ubicada a escasos 15 kilómetros
de la frontera con Nicaragua, también tienen notas excelentes
y dignas de un reconocimiento.
La
diferencia la marca el lidiar a diario con la falta de recursos
económicos, material didáctico, aulas en buen estado
y con una larga caminata de hora y media desde su casa, en la Aldea
de Pocosol, hasta el centro educativo.
Ese
trayecto al colegio, a veces lleno de barro y bajo un fuerte aguacero,
no es impedimento, pues las ganas de aprender pueden más.
No obstante, son conscientes de que son escasas las facilidades
para continuar la educación superior son escasas.
Ellos
nunca han recibido un reconocimiento ni han participado en uno de
esos concursos que organiza el MEP.
Estas
comparaciones podrían resultar odiosas, pero es el triste
reflejo de una realidad que se vive en la Zona Norte, la cual es
evidente en las cifras.
La
promoción de bachillerato del año anterior en Upala
fue solo 31 de cada 100 estudiantes y en San Carlos fueron 55 de
cada 100 que realizaron los exámenes.
Acercándonos
más al centro del país, en San Ramón fue el
66 por ciento de los estudiantes quienes ganaron las pruebas.
Cuna
de talentos
A pesar de la falta de recursos
que afecta a miles de familias en la región, se deben rescatar
las historias de superación, los proyectos educativos exitosos
y reconocer que gracias al Instituto Tecnológico de Costa
Rica (ITCR) y el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), personas
con imposibilidades económicas y físicas han cambiado
su destino de incierto a promisorio.
Los números hablan: 7.124
mujeres, entre las más necesitadas de la zona, según
un estudio del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), formaron
parte el año pasado del programa “Creciendo Juntas”,
donde aprendieron que actividades como la artesanía, la creación
de abonos orgánicos o labores tradicionales como la cocina,
pueden ser una fuente de trabajo sólida.
En los últimos tres años,
en el INA ha aumentado el número de personas de la zona norte
matriculadas en acciones de capacitación de los sectores
agropecuario, industrial y de comercio de servicios. Para el 2001,
el número total de aprobados fue de 9.885, para el 2002 subió
a 10.329 y el año pasado se registraron 12720.
En cuanto al TEC, la sede en
Santa Clara de San Carlos posee una cantidad de 528 estudiantes,
de los cuales el 42 por ciento estudia computación, el 31
por ciento administración y el 26 por ciento agronomía.
Actualmente estudian 294 mujeres
y 234 hombres, cuando hace 10 años solamente hubo 44 mujeres
matriculadas en una población de 335 estudiantes.
Las cifras convierten al INA
y al TEC en semilleros de empresarias y empresarios en áreas
de trabajo tan importantes para la Región Huetar Norte como
el turismo, la electrónica, la agronomía y la creación
de programas de computadora. Además, otros centros educativos
como el Colegio Científico de San Carlos han logrado sobresalir
internacionalmente.
Tal es el caso de Julio Santamaría,
Mario Espinoza y Guillermo Marín, quienes fueron reconocidos
en una Feria Internacional Científica en Cleveland, Estados
Unidos durante el 2003.
Las personas con incapacidad
física, las poblaciones indígenas y los adultos mayores
también han sido beneficiados por programas de estudio.
Del 2002 al año pasado,
también aumentó la cantidad de acciones formativas
impartidas en la zona a estos sectores de la población.
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Wilberth Gómez y Marcos Barrientos
son los propietarios del almacén de productos agropecuarios
Tecnoagro, en Pital. Ellos son ejemplo de los nuevos profesionales
que está formando el TEC en San Carlos.
José RIVERA/Al Día |
“Siempre
creer en un sueño”
Para
Wílberth Gómez y Marcos Barrientos, la “fórmula
para alcanzar el éxito se basa en estar con Dios, tener mucho
trabajo y siempre creer en un sueño”. Ambos lo dicen
y lo demuestran así.
Los
jóvenes, luego de varios años de sacrificios y carencias
económicas, son propietarios de una exitosa empresa, líder
en la importación de productos agrícolas en la zona.
El éxito de hoy fue sembrado
hace 8 años en el TEC, cuando decidieron unirse a un programa
que incentiva la creación de pequeñas empresas.
“Mientras estudiábamos,
decidimos hacer ventas de carne de pollo ahumada. Fue difícil
para nosotros dividirnos entre la carrera y la empresa, pero logramos
salir adelante”, dice Gómez.
Después de graduarse en
zootecnia y agronomía, quisieron continuar con el mismo negocio
pero el mercado no fue suficiente y decidieron apostar por una visión
que ambos compartían: los agricultores y ganaderos de la
zona necesitaban de asesoramiento.
Respaldados solamente con el
título y la fe de lograr sus metas, abrieron una nueva empresa
de importación de productos agropecuarios.
“Hace cuatro años
abrimos un almacén. En él le ayudamos a los productores
de la zona a darles soluciones específicas sobre los problemas
particulares que pueda tener cada uno. Es muy gratificante sentir
que le estamos ayudando a mucha gente y no solo a nuestros clientes:
le estamos dando empleo a 12 personas más”, asegura
Gómez.
La pareja de empresarios tiene
la convicción de que la educación superior en la Zona
Norte ha cambiado.
Piensan que a los estudiantes
ya no se les educa para ser empleados, ya que ahora se les brindan
las herramientas para abrir sus propios negocios, lo que pinta un
mejor futuro para la comunidad.
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Doña
Fredes Vinda decidió volver a estudiar a sus 46 años,
luego de pensionarse como maestra. Asegura que gracias al INA
volvió a sentirse util.
José RIVERA/Al Día |
“Me
siento útil”
A sus 46 años de edad,
doña Fredes Vindas decidió darse a sí misma
una segunda oportunidad en la vida.
Luego de pensionarse como maestra
de educación para el hogar, gracias a la carrera de artesanía
que inició en el INA, cambió las pizarras por lienzos
y la tiza por pinceles.
Ella asegura que de no ser por
esa decisión, hubiese sentido que la vida se marchita poco
a poco.
“Cuando dejé de
dar clases, yo estaba feliz porque fue una gran labor trabajar con
jóvenes, pero no estaba plenamene satisfecha conmigo misma.
Yo desde siempre quise dedicarme a la pintura y por el tiempo que
entregaba al colegio y a mi familia, no lo había logrado”,
dice.
Ahora doña Fredes vende
sus pinturas y les enseña a otros el arte de retratar el
lugar donde viven. “Me siento útil. Hago lo que realmente
me gusta. Ayudo más en mi casa, la venta de artesanías
nos genera dinero”, comenta.
La artesana asegura sentirse
muy agradecida con el INA, porque “es la universidad de los
pobres”. Para ella, la edad ni la condición son obstáculos
para estudiar, basta con tener mucha fuerza de voluntad para alcanzar
las metas.
“Estoy
satisfecho”
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Luis
Diego Jiménez es dueño de un taller de electrónica
a sus 23 años. Él asegura que gracias al INA,
los jóvenes de la zona con problemas de acceso a educación
tienen una nueva oportunidad para alcanzar sus metas.
José RIVERA/Al Día |
La
constancia y el esfuerzo apremiaron a Luis Diego Jiménez,
quien a sus 23 años disfruta el beneficio de tener su propio
negocio.
Vivió
una dura adolecencia, marcada por la difícil situación
económica que sufrió su familia, por lo que desde
los 17 años debió trabajar en un taller. “Para
ayudar a mis papás, tuve que abandonar el colegio en cuarto
año y trabajar. Pero no me quedé con las manos atadas
en cuanto al estudio, porque entré al INA a estudiar electrónica,
lo que desde niño me gustaba.
Conseguí
trabajo en un taller. Ahí me desempeñé durante
6 años. Aunque aprendí mucho, uno nunca está
conforme como empleado, cuesta sentir que se está creciendo.
Por
esa razón, decidí abrir mi propio taller de electrónica
hace 7 meses. Me siento satisfecho con mi labor, ahora hay más
gusto en lo que se hace cada día, uno le pone más
amor a las cosas”, comenta.
Luis Diego ahora incentiva a sus amigos y personas que le ayudan
en el taller a iniciar estudios en el INA, para que al igual que
él, logren una realización personal plena.
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