Jueves 1 de abril, 2004. San José, Costa Rica.


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Tribuna libre

En la imaginación

Carlos Freer

Algunos nombres de la guerra del 48 son verdaderos referentes. Frank Marshall, Vico Starke, Pepino Delcore y el general Ramírez, por un lado. Tijerino, Rigoberto Pacheco, Calufa y Chema Meza, por el otro.

No se trata de una lista exhaustiva. De uno y otro bando quedan por mencionar muchos otros. Hoy me quiero referir a uno de ellos: Tuta Cortés, recientemente fallecido.

No recuerdo haberlo visto en mi vida. Por consiguiente, tampoco hablé nunca con él. De haberlo conocido, posiblemente habría discrepado en mucho con su pensamiento. Pero es uno esos nombres que el destino quiere que nos acompañen durante buena parte de nuestra existencia.

Es uno de esos referentes que irrumpió en el imaginario de muchos niños del 48. Y empezamos a oír de sus andanzas, que algunos calificaban de hazañas; y otros, de desbocadas aventuras.

¡Cuántas veces imaginé de niño a Tuta Cortés en su loca carrera con una cazadora cargada de hombres con máuser, que encontraron su trágico destino en el puente de El Tejar! O en sus frecuentes encuentros con las obstinadas fuerzas de la Unidad Móvil, allá en El Empalme, al mando de una de las compañías del célebre batallón. O cuando escuché su nombre junto al de Edgar Cardona, amotinado dentro del cuartel Bellavista.

Nombres como el de Tuta Cortés y Frank Marshal despertaban, por igual, admiración y temor en los niños de aquel lejano Cartago. De pronto, alguien interrumpía nuestros juegos para enterarnos de que andaban por allí. Y que nos cuidáramos, porque eran de rompe y rasga. Por supuesto que el día se nos amargaba irremediablemente.

Pero otras veces, embelesados, escuchábamos el relato de alguno de los “veteranos” que contaban en la pulpería cómo, con toda osadía y valor, Tuta y Frank se habían abierto paso con ametralladora de pecho en medio de las temibles huestes que los rodeaban.

Con el paso del tiempo, leí libros y relatos sobre el 48, buscando respuestas acerca de lo que tuve que vivir antes de comprender. Más adelante, por razones profesionales, hube de editar tomas acerca de los hombres del 48. En una de ellas, Tuta descendía con el féretro de Figueres hasta el hoyo que acogería para siempre al caudillo. Su condición de padre de entrañables amigos también me hizo tenerlo cerca en la memoria.

No recuerdo haberlo visto en mi vida. Pero su nombre apareció en mi infancia y se quedó en la imaginación para siempre.

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