Lunes 5 de abril, 2004. San José, Costa Rica.


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Vistazo

Promesa de unidad y paz

José Luis Vega Carballo

Aunque la Semana Santa se ha convertido para muchos en una vacación de verano, no debemos pasar por alto el sentido religioso que guarda para la mayoría de nuestra población católica, que se declara firme creyente en los valores y aspiraciones de unidad y paz, traídos por Jesús a este mundo.

No hay duda de que la misión de Jesús no era solo salvar las almas de los fieles, sino también liberar al mundo de su propia destructividad, expresada en los horrores de la intolerancia, el odio y la guerra.

A veces se olvida esta doble misión de este extraordinario enviado de Dios, que encarna las dimensiones claves de toda religiosidad a lo largo de la historia humana.

Por una parte, la gran misión cristiana consistía en desarrollar las facultades superiores del ser humano, mediante el reconocimiento de su espiritualidad esencial. Es el alma, concebida como portadora de esas cualidades, la que nos diferencia de otros seres que habitan en el planeta, e impulsa a las sociedades hacia estadios cada vez más avanzados de desarrollo tanto material como cultural.

Aquí estaríamos, entonces, ante el punto donde la cristiandad se identifica con las demás religiones universales: judaísmo, budismo, hinduismo, islam y la más reciente fe Bahá'í.

Pero, por otra parte, el cristianismo reconoció la existencia en todos nosotros de una especie de naturaleza baja o inferior, que entra en pugna con la espiritual y nos conduce en dirección opuesta. Librada a sus propios impulsos animales, esta dimensión destruye no solo los afanes de crecimiento personal, sino también los de unidad y paz del género humano.

Nuestra tarea en este mundo es dominar los impulsos de la materialidad y destructividad en un doble plano personal y social. Para ello, debemos poner nuestras vidas al servicio del desarrollo espiritual, o sea, de los valores superiores de la salvación, el amor y la afirmación de la vida, que nos ligan con Dios y su creación.

El catolicismo no cumple con su verdadera misión, si solo cultiva la dimensión puramente personal de un esfuerzo de salvación, apartado de nuestro mundo diario, que, si bien puede comunicar a los seres humanos con el gran espíritu de Dios y sus profetas, podría desatender la urgente necesidad de sujetar bajo la espiritualidad a las fuerzas sociales, negativas y destructivas, tan vinculadas con la naturaleza inferior de los seres humanos.

Mediante el camino de una devoción excesivamente piadosa y vertical, la Iglesia corre el grave riesgo de darle la espalda a la dimensión más horizontal de su gesta salvadora de la Humanidad, la más vinculada con la larga lucha por construir sociedades más tolerantes, justas y solidarias.

Siempre habrá tensiones entre esas dos dimensiones, que revelan el drama de la Humanidad, así como el de nuestra vida personal y social.

Por eso, el sentido de una pastoral socialmente responsable e integral se adquiere en aquel punto donde se encuentran esas dimensiones: una volcada hacia Dios, y otra comprometida con el prójimo y la lucha por la unidad y la paz universales.

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