Lunes 26 de abril, 2004. San José, Costa Rica.


Nueva revista deportiva


 

Vistazo

La política de mercado

José Luis Vega Carballo

La política no solo es el arte de lo posible, sino también de negociar con habilidad para lograr acuerdos acertados y sostenibles entre los protagonistas que se disputan la dirección del Estado.

Pero en estos días hemos visto a muchos políticos en acciones reveladoras de un pernicioso estilo de pactar acuerdos, a veces al margen de la institucionalidad y la vista pública.

La cuestión se ha visto girar alrededor de situaciones como:

– El cogobierno bipartidista (alianza Arias-Pacheco) y un traslado del eje de las negociaciones políticas hacia Rohrmoser, al margen de Cuesta de Moras y Zapote.

– La reforma tributaria, casi fracasada por diferendos y componendas en la comisión legislativa que la discute, convertida en un pandemónium.

– Una elección del Directorio legislativo, mediante canjes de votos por puestos, prebendas y otros ofrecimientos.

– La candidatura del expresidente Rodríguez para secretario general de la OEA y el entendimiento con el eje Cuba-Venezuela para desbancar al presidente Flores de El Salvador; la conquista de los votos del Caribe a cambio de que la sede del ALCA se instale allí, y no en Miami; y, finalmente, una grotesca transacción de “toma y daca” implicando al río San Juan y la migración, a cambio del apoyo nica.

– Los pleitos y renuncias en el INS, producto de una mala negociación de los seguros en el TLC para lograr concesiones de Estados Unidos en otros campos, junto a una cuestionada compra de ascensores.

– La renuncia de Eliseo Vargas como presidente ejecutivo de la CCSS, por una inconveniente negociación de compra de una lujosa casa a un funcionario de un proveedor de servicios privados para la institución.

En fin, una lista que bien podría alargarse con otros tantos casos recientes.

Pero lo que interesa aquí es resaltar una perjudicial tendencia que aparece allí, contraria a los principios de transparencia y responsabilidad en el ejercicio de la función pública.

Se trata del uso y abuso del clientelismo como forma de negociar, basada no en principios, sino en canjes o trueques de recursos del erario y de facultades de la función pública, a cambio de voluntades y votos para ciertos personajes o grupos de interés.

Un incesante intercambio de premios y recompensas, que termina distorsionando procedimientos e intereses de carácter público. Además de ser un lamentable espectáculo, se asemeja a un licencioso mercado persa, por lo demás de muy mal gusto.

Mientras, la democracia cruje por el creciente cuestionamiento de procederes cortoplacistas, centrados en la obtención de beneficios inmediatos, personales o de grupúsculo, un resabio de los peores vicios del viejo caciquismo, que llevaron la Primera República a su fin.

Nos preguntamos ahora: ¿será que se anuncia también el colapso definitivo de esta nuestra Segunda República, la que precisamente prometió abolir esos vicios y hoy muere socavada por ellos?

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