Trigo Maduro
¿Qué camino escoges? Monseñor Román Arrieta Arzobispo Emérito de San José
Hoy hace ocho días, cuando al caer la tarde leía las Sagradas Escrituras, mis ojos se posaron sobre las siguientes palabras del Salmo 1: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por las sendas de los pecadores”. Un poco más adelante, el mismo salmo nos da la razón para no hacerlo, cuando añade: “Porque el camino de los impíos acaba mal”.
El haber vivido ya muchos años me permite decirles a todos mis hermanos costarricenses, creyentes o no, que son muchísimas las ocasiones en que he visto cómo esas palabras del Señor se han cumplido al pie de Ia letra: “El camino de los impíos acaba mal”.
Y, porque a todos los quiero con el amor con que los quiere Cristo, respetuosamente los insto a seguir los buenos caminos, para que en todos se cumplan estas otras palabras del mismo salmo: “Porque el Señor protege el camino de los justos”.
He sabido de hombres que asesinaron a sus semejantes con una frialdad y crueldad inconcebibles, pero también he sabido que, tiempo después, murieron de la misma manera, cumpliéndose lo que, en el momento en que fue apresado, dijo Jesús al amigo que sacó Ia espada y cortó Ia oreja a uno de los siervos del pontífice: “Vuelve tu espada a su lugar, pues, quien toma Ia espada, a espada morirá” (Mateo 26, 52).
Cómo desearía convencer a los que en estos tiempos asaltan bancos a diestra y siniestra, para hacerse millonarios de la noche al día sin trabajar, que no cometan semejante delito.
Les aseguro que esos dineros mal habidos no les darán Ia felicidad, que llegarán al final de su vida más pobres de como se encontraban antes de cometer sus asaltos, y que, quiéranlo o no lo quieran, créanlo o no lo crean, Dios les pedirá una severa cuenta de su grave pecado.
Son muchos los que, alentados por los que dicen que, como el cuerpo nos pertenece, podemos hacer con él lo que nos venga en gana, se entregan a toda clase de desmanes, mofándose al mismo tiempo de Dios, de Ia Iglesia y de cuantos alzan su voz en favor de las buenas costumbres.
Desgraciadamente, poco es el tiempo que les dura la euforia. Un examen médico les anuncia Ia aterradora verdad: hicieron caso a los predicadores del libertinaje y ahora, habiendo contraído el sida, ¿qué otra cosa les queda, sino esperar la muerte? Si nos hubieran hecho caso y se hubieran comportado honestamente, cuán distinta habría sido su suerte.
Que estas incuestionables realidades nos hagan comprender que nuestro país, y cualquier país del mundo, será incomparablemente más seguro, feliz y tranquilo cuando sus gentes marchen por los caminos del bien y se aparten prudentemente de las sendas del mal. Eso es lo que debemos enseñarles la Iglesia, los educadores a todos los niveles, la familia y los medios de comunicación social.
Así enseñados, todos respetaremos la vida humana, la propiedad ajena, la dignidad y el honor de las personas, y, en materia de costumbres, nos comportaremos de manera ejemplar, lo que se traducirá necesariamente en paz para nuestras conciencias y en la más firme garantía de que ni la cárcel ni enfermedades mortales como el sida nos van a afectar.
A no dudarlo, ése es el premio que recibiremos quienes, decididamente, nos empeñemos en imitar Ia santidad de Jesús. ¿Por qué no comenzar hoy mismo?
Que a ello nos alienten las palabras del Salmo primero que recordamos al principio: “Porque el camino de los impíos acaba mal”.
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