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AFERRADO La fe en la vida. La Virgen del Carmen vigila el profundo sueño que por cinco días ha tenido esta persona de 73 años que fue atropellada en San José, y que permanece en el área de Observación de Emergencias del Hospital México. Alexánder OTÁROLA/Al Día
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Aquí se pelea por la vida
Al Día en Emergencias del Hospital México Pablo GUERÉN CATEPILLÁN pgueren@aldia.co.cr
La noche del sábado recién nace. El fuerte viento anuncia diciembre, Navidad. En muchas casas ya hay aguinaldo. Mientras avanzamos en taxi por San José vemos que en las calles, los bares, los restaurantes hay fiesta, música y alegría. La atención de miles de ticos está puesta en vivir la noche con intensidad. Es una Costa Rica.
Pero hay que mirar con cuidado. Los rincones de la capital son variados. A las 9 de la noche llegamos a Emergencias del Hospital México. De inmediato, los rostros de angustia de quienes esperan saber cómo está su pariente dejan claro que ese es otro mundo, uno donde se trata de ganarle la batalla a la muerte.
El viento enfría la sala. Los abrazos y la tristeza no están ausentes. Sentadas en duras bancas, por un momento esas personas se distraen, cuando alguien canta en televisión: “Ya llegó el mago (…) el mago llegó”. Nadie sonríe, ni le cree. Allí no se necesita magia. Solo fe.
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Vencida Los parientes de los enfermos muchas veces son vencidos por el cansancio de las largas esperas. En la profundidad de la noche, se trata de conciliar el sueño, sea donde sea, por ejemplo, en duras bancas y cualquier cosa para cubrirse es buena. Alexánder OTÁROLA/Al Día
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¿Cómo sonreír si una enorme puerta corrediza los separa del hermano, el hijo, la esposa o la madre? Allí se respira un dolor “ajeno” que huele a atropello, diabetes, infarto, accidente, incluso a pancreatitis por exceso de tamales o alcohol o, en muchos casos, también por una nueva vida.
Entramos. Médicos, enfermeras, ayudantes, exámenes y radiografías van de un lado a otro. Mientras, en camillas, hay varios seres humanos que, débiles por sus dolencias, paralizados, dependen de su fe, de sus ganas… de una máquina. Personas que en un sueño profundo, a veces de días, renuncian a sus pudores en un mar de fragilidad.
Es otra Costa Rica. Historias Allí está doña Ana. Un infarto le robó la alegría que la ha marcado en sus 80 años. Débil, la cama en la que está hace días la ve agitarse, y sus hijos y nietos entran uno a uno a tomar su pequeña mano. Es un diálogo íntimo. Una despedida. Un rezo. Una esperanza.
En otra sala, doña Aída está inquieta. Tiene 70 años. Estaba en su casa y la máquina que le mide el azúcar en la sangre daba niveles altísimos. Se asustó. Se fue al hospital. Los doctores la revisan. Los equipos del hospital desmienten la medición casera. Falsa alarma. Doña Aída lucha.
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PASIÓN Médicos, enfermeras y ayudantes de Emergencias están alerta. Son las 3 de la mañana y un atropellado ha entrado muy grave. La sala de operación se llena rápido. Hay agitación y rostros de concentración. Alexánder OTÁROLA/Al Día
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Deciden dejarla un rato en observación. Pasadas las 11:30 de la noche, en silencio, desapercibida, se va. Se arranca. Tirita. No se le ve bien.
A pocos metros está don José. Despertó hace poco. A las 9 de la mañana perdió el conocimiento en su casa, en la León XIII, y cayó al suelo golpeando fuertemente su cabeza. Está inquieto. Se quiere ir, pero está mareado. Su hija y su madre están solas. Llora bajo las sábanas.
A la par de su camilla, un hombre en pañales emite fuertes quejidos. Pronto, dos enfermeros deberán limpiarlo.
Son las 12:45 de la noche. Los médicos y enfermeras comentan la “tranquilidad” de la jornada. Y en eso, la puerta de emergencia se abre violentamente. Un equipo de la Cruz Roja trae a una joven inconsciente. Pregunto qué pasa. “Tiene cinco meses de embarazo y ya está coronando (dando a luz)”, se me dice. Entra a ser operada de inmediato.
Pasadas las 1:30 llega don Abraham y don José. No se conocen. El primero viene de Barranca, Puntarenas. El segundo de La Carpio. El primero fue pateado por una vaca. Y el segundo, por chapulines. “Le apuesto que una vaca pega menos duro”, me dice don José.
Una hora más tarde se apagan algunas luces. Algunos ayudantes de enfermería, sentados, cierran sus ojos un instante.
“Diciembre es un mes de relativa tranquilidad. La gente no quiere enfermarse, quiere celebrar. Pero también hay contrastes porque usted viene el 23 o 24, el 30 o 31 y observará como dejan aquí abuelitos, supuestamente enfermos, para no estar con ellos en las fiestas”, cuenta doña Enilda, que tiene 30 años de ser enfermera.
El silencio ronda. Una mujer que acompaña a su hija, con fuertes dolores en el estómago, duerme en las bancas. Será una calma breve.
Afuera, varias personas aún esperan alguna información de los suyos. Alguien reza un Padre Nuestro. El olor del Hospital se mezcla con el dolor ajeno, que a esa hora ya es propio.
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¿Simple dolor? Son las 10:30 de la noche. Gilberth y su padre (caminando) llegan buscando tratamiento para lo que creen es un simple dolor de estómago del adolescente. Alexánder OTÁROLA/Al Día
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La lucha nunca para
El servicio de emergencias del Hospital México es, sobre todo, un lugar de contrastes.
Gilberth estaba feliz, pues acaba determinar los exámenes de sexto. Le fue bien. Pero el sábado a las 10 de la noche algo cambió en su mundo de 13 años.
Como siempre comió con sus padres, en Cinco Esquinas de Tibás. Hubo frijoles con chancho. Al rato empezaron los dolores de estómago. El paso de los minutos complicó su salud. Gilberth, su padre, no aguantó más. Partieron rumbo al México.
Como había poca gente la atención fue relativamente rápida. La espera y el cansancio vencieron al adolescente. Los exámenes tardaron un poco. Y a las 11:30 el doctor le da la noticia: es apendicitis.
Hay que operar. Gilberth se asusta. En su mundo esa palabra es enorme. Su padre está confundido. Sus manos no se separan, incluso cuando ya el pequeño se ha despojado de sus ropas y una vestimenta verde lo acompaña en camilla a la sala donde se operará. El papá no contiene las lágrimas.
A las 2 de la mañana la calma de Emergencias se destruye. Una ambulancia viene desde San Ramón. Trae a un indocumentado en estado crítico que horas antes fue atropellado por un tráiler en La Cima de Palmares.
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La realidad Pero tras unos exámenes se comprueba que el aparente simple dolor de estómago de Gilberth es apendicitis. En minutos, el muchacho está listo para ser operado. Gilberth, su padre, está muy nervioso. Alexánder OTÁROLA/Al Día
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Su mandíbula está destruida. Faltan varios dientes y los traumas son variados. La sala de “shock” se activa. El ambiente se agita. Todo el personal médico llega en un abrir y cerrar de ojos. “¡Llamen al doctor!”, grita alguien. Hay problemas. Las tomas de electricidad de la sala no sirven. No hay lámparas ni monitores. El trabajo sigue. Se trata de una vida que los jóvenes médicos y los estudiantes pelean con cuanto tienen a mano.
Un monitor se enciende. 116, 119, 125 indica la pantalla y unas luces amarillas se prenden. 130, 136 las luces ya son rojas. La tensión llega al máximo... y en eso se arregla la electricidad. Los trabajos de estabilización parecen dar efecto. La sala de operaciones, varios pisos más arriba, espera al paciente en estado crítico.
La “calma” retorna. Otra persona con sangrado digestivo espera en la otra sala de “shock”. Son ya las 3:10 de la mañana. La noche aún es larga.
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