Sábado 10 de enero, 2004. San José, Costa Rica.



 

Trigo Maduro

Mons. Roman Arrieta V.
Arzobispo Emérito de San José

Si la humanidad caminara a la luz de las bienaventuranzas que Jesús nos enseñó en su famoso Sermón de la Montaña, de cuántas angustias se libraría y de cuánta paz disfrutaría! Es San Mateo quien las recoge en el capítulo quinto de su Evangelio. A todos los invito a leerlas y meditarlas.

"Dichosos los pobres en el espíritu", es la primera de las bienaventuranzas. Es toda una invitación a no apegarse a las cosas de este mundo, a que nos convenzamos de que jamás las riquezas darán a quien las posee la auténtica felicidad por la que suspira todo corazón humano; a que comprendamos que después de haber satisfecho nuestras necesidades fundamentales, las demás riquezas de poco o nada sirven; a que acojamos el llamado de Jesús a atesorar tesoros en el cielo con las buenas obras que nos permitan realizar las riquezas de la tierra.

"Dichosos los que sufren", nos sigue diciendo Jesús. Sólo quien se asoma al sufrimiento con el alma iluminada por la fe, puede entender esta enseñanza de Jesús, ya que si hay algo que nos desagrada y hasta asusta, es tener que sufrir. Pero el cristiano sabe que el sufrimiento lo purifica del pecado, que le ayuda a desapegarse de este mundo para pensar en el cielo y que el sufrimiento vale tanto que el propio Jesucristo recurrió a él para redimir a la humanidad.

Tarde o temprano todos tendremos que sufrir pero si lo hacemos como Cristo, para cumplir la voluntad del Padre, ¡cuánto nos aprovechará para la vida eterna!

"Dichosos los que tienen hambre y sed de Justicia". ¡Qué gran virtud es la justicia! Dar a cada uno lo que le corresponde, no defraudar a nadie en el salario, no explotar a favor nuestro la ignorancia o necesidad de nuestros prójimos. La injusticia ha sido la causa principal de muchas guerras sangrientas, de odios profundos entre las gentes, del hambre que sufren muchas personas y hasta naciones enteras, de la falta de igualdad de oportunidades para todos y de que muchos talentos se malogren.

Amemos la justicia, practiquemos la justicia, defendamos la justicia y así Dios seguirán bendiciendo a Costa Rica con el don preciado de la paz.

"Dichosos los misericordiosos", los que sienten como en carne propia la pobreza de sus semejantes y acuden a socorrerlos, los que prodigan al enfermo la medicina que le devuelva la salud y le prolongue la vida, los que en lugar de destruir al pecador con sus críticas, lo ayudan más bien a convertirse con su plegaria, su comprensión y sus consejos. Si de algo necesita el mundo es de misericordia. Seamos misericordiosos.

Gracias, Señor, por enseñarnos las bienaventuranzas y ayudarnos a cumplirlas. Sólo así podremos llevar al mundo y a nuestra Patria un poco de esperanza.

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