Sábado 24 de enero, 2004. San José, Costa Rica.



 

Camilo al hilo

Camilo Rodríguez
El Colono

José Alberto Castillo era un muchacho de pueblo. De hecho, era tan distante y remoto su pueblo, que cuando terminó la escuela, debió esperar un tiempo porque no había un colegio cerca.

Tenía poco más de 20 años cuando decidió empezar un negocio en una pequeña colonia del ITCO (hoy IDA), convertida en una próspera comunidad.

Era un muchacho de una familia enorme, y un rosario de hermanos, que había estudiado en la Escuela Técnica Agrícola de Santa Clara de San Carlos gracias a una beca, y cuyas aspiraciones no iban más allá de ser funcionario de alguna trasnacional bananera o un banco del Estado.

Pero la vida lo puso en esa colonia agrícola, y con poco más de 20 años, ya era el Presidente de la Asociación de Desarrollo, el Comité de Deportes y la Junta Edificadora de la Iglesia Católica.

Empezó su almacencito en un galerón de ocho metros de ancho por ocho metros de largo, en el que la gente chocaba la cabeza contra las monturas por la poca altura del techo. Arrancaron en un lote fiado, y con tres cajitas de productos que Castillo podía cargar en sus manos.

Empezó al lado de quien fuera su compañero de trabajo en el antiguo ITCO, Juan Bonilla, y a los días se les juntó Salvador Saborío, quien había sido aliado de luchas comunales.

Hoy, 25 años después, tienen una corporación con más de mil trabajadores y 35 empresas. Llevan bienestar y desarrollo a toda la Zona del Caribe y el Norte de Costa Rica.

Me imagino que usted tiene sus ejemplos de gente que surgió con base en el trabajo, la fe, la perseverancia...

Así como la historia de Castillo, me encanta la de don William Hayden, gerente del Banco Nacional, quien de niño vendía chances para mantener a sus hermanos; la de mi abuela Francisca, que caminaba muchos kilómetros para ir a la universidad; la de mi abuelo Joaquín, que mantuvo a todos sus hermanos mientras crecían...

De Castillo aprendo todos los días la importancia de creer en los sueños, aprender a decidirse y esperar… De Castillo aprendo que el miedo es un cáncer, que igual valen el gerente y los choferes, que las manos que dan siempre están llenas, y que el ser humano está por encima de los negocios.

Acabo de concluir un libro sobre la historia de su esfuerzo, el Grupo Colono, y su ejemplo me ha ayudado a ser mejor persona.

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