Martes 27 de enero, 2004. San José, Costa Rica.



 

Perspectivas

Edgar FONSECA

¿Crisis en la Iglesia?

Creo que el mensaje de Monseñor Hugo Barrantes ratifica un liderazgo necesario hoy en la grey católica costarricense aturdida por los acontecimientos de las últimas semanas y meses.

El Arzobispo se muestra diáfano, directo y sin lamentos, en una entrevista divulgada ayer por este diario. “Una crisis o te aplasta o te hace crecer y yo creo que esta crisis nos hará crecer a todos”, nos dice.

El alto prelado no oculta la magnitud del momento que experimenta la institución eclesial, fija su análisis en los casos e incidentes más recientes y expone cómo respondería ante situaciones similares.

Supongo conocer un poco de esa iglesia que Monseñor Barrantes lidera en estos tiempos de tempestad.

Creo en la institución.

No me avergüenza ni reniego de pertenecer a ella. Una pertenencia que, sin embargo, no me ciega para reconocer los errores, los desvíos, los abusos u omisiones en que la institución o alguno de sus miembros puedan incurrir. Que no me ciega ante la autocrítica profunda, severa que, momentos como estos, le demandan. Que no me ciega ante la reflexión y la rectificación que de ello pueda derivar y que le permita limpiar de frutos podridos el árbol bueno.

Porque, y de ello nuestra sociedad es testigo excepcional, la obra de esta iglesia no debiera juzgarse tan superficialmente como, creo, muchas veces lo hacemos; tan a la ligera como lo hacemos.

No debiéramos tan solo juzgarla por los desafueros individuales, errores o equívocos de algunos de sus representantes. La obra de esta iglesia, sacudida aquí y allá hoy por escándalos, va más allá, creo, de estas turbulencias.

La palpamos en nuestras calles, en los hospicios, en los hospitales, en los sanatorios, en las prisiones; la vivimos en la formación de nuestros hijos, de nuestros jóvenes, de nuestros líderes, en el desarrollo de las parejas, en la rehabilitación de menores en riesgo o de drogadictos y de desahuciados.

Es una obra viva, activa, callada pero plena de simiente social. Es una obra que va más allá de hincarse, de golpearse el pecho, y pedir perdón, como, supongo, suponen muchos. Esa iglesia, clavada en el corazón de nuestra sociedad, sin poses, barullos ni extremismos ideológicos, simplemente haciendo y formando comunidad es la que menos debe sentirse abatida por los acontecimientos de estas horas. Y hacia esa iglesia comprometida con los más desposeídos, con los ciegos, con los leprosos, con los oprimidos, con los cautivos, comprometida con sus enemigos, es que, con firmeza, la jerarquía debiera volcar sus ojos junto al acto de contrición, junto a la depuración y purificación que, con humildad, como bien lo apunta monseñor, los hechos le demandan hoy.

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