Martes 3 de febrero, 2004. San José, Costa Rica.



 

Perspectivas

Antonio Alfaro
Todo se vende

Dicen que viene la SapriCola y no extrañaría si de repente venden la SapriPizza, los SapriHot Dogs y los SapriGallos de papa... ¡Todo se vende!

Nos resulta curioso, nos da risa y no falta quien haga chiste del fenómeno morado. ¡Hasta SapriCondones van a vender!, escuché el otro día en una plaza. ¡Con todo y la figura del dragón! Exageraba, por supuesto... ¿O no?... No es para tanto, por más que el gol sea el orgasmo del fútbol, según el escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Más allá de intimidades, se trata de un fenómeno mundial que –debo confesar– no me gusta del todo, pero considero válido y necesario. Costa Rica está en pañales (¡qué a nadie se le ocurra un SapriPañal!) y sus equipos aún no le sacan el jugo a su marca, como lo hacen los grandes clubes y selecciones a nivel mundial, con tiendas y los más variados productos, donde es posible encontrar desde lápiceros hasta camisetas, desde llaveros hasta balones, jarras, bufandas, libros, pósters, discos... espero que condones no (¡qué poco romántico!).

Saprissa apenas cuenta con una pequeña tienda, en la Liga aún no existe y en la Selección, no hace mucho, se incursionó en la venta y distribución de productos “originales”, como las camisetas de la Tricolor. Pocas marcas tienen tantos clientes como los equipos grandes de fútbol y la selección nacional, una ventaja hasta ahora desaprovechada.

Y en el fútbol todo se vende (ésa es la parte que no deja de gustarme). A alguien se le ocurrió alguna vez sugerir partidos con cuatro tiempos en vez de dos, para tener más comerciales de televisión en los intermedios. ¡Qué inventen otro deporte!, dice Valdano con ironía.

¡Todo se vende!, como demuestran las narraciones de partidos. Los goles, que por sí solos son un placer, ahora no pueden gritarse si no van acompañados de la marca de gaseosa, un analgésico, la marca de automóvil.

Y compramos marca: mientras la Nike le paga millones a Ronaldo o la Adidas llena los bolsillos de Bekcham, nosotros los mortales muchas veces pagamos más caro por vestir como los dioses.

¡Yo no ando luciendo la marca de llantas de mi carro! ¡les doy vuelta!, me dijo un día de éstos un taxista, empecinado en no hacerle publicidad gratis a nadie. Considera –quizás sea mucho pedir– que todos sus colegas deberían unirse y lograr un contrato de exclusividad con alguna marca. A lo mejor, un día los vemos con las SapriLlantas.

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