Domingo 8 de febrero, 2004. San José, Costa Rica.



 

David Jones nació en Chirripó. Conoce esas tierras muy bien. El jueves, visitó a sus hermanos del Valle de la Estrella. Fotos Alexander OTÁROLA / Al Día

Voces en la montaña

Talamanca conoce los pasos de cuatro misioneros. Ellos viven por los indígenas

Neyssa M. CALVO ACHOY / Al Día

Bratsi, Talamanca. Una voz interna le dijo a cuatro hombres que tenían una misión en las tierras altas de Talamanca.

La escucharon, cada uno en un año diferente, pero los cinco hombres atendieron el llamado.

Les dicen misioneros, pero ellos prefieren el título de predicadores del amor de Dios.

Además:

  • ¿Chozas en la jungla?
  • El indio blanco
  • Son David Jones, hijo de misioneros estadounidenses, que llegó a Volio,Talamanca hace tres años y medio; John Whited, ingeniero militar estadounidense que vive en Bribri desde 1993; Seong “Santiago” Soo Lee, médico coreano, habitante de Shiroles desde hace cinco años; y Kenneth Orozco, quien empezó su obra, en Bambú, en 1997.

    Todos adoptaron la comunidad indígena cabécar y bribri como propias.

    La mayoría fundó su propio ministerio, y se estableció con su familia (esposa e hijos) con la idea de llevar alivio a diferentes poblaciones de la zona.

    ¿Cómo? A su manera; unos llevando alimentos, medicinas, construyendo puentes, enseñándoles a leer en su propio idioma y llevando la palabra de Dios.

    Seong Soo Lee, a quien llaman Santiago, es un médico coreano que vive en Talamanca desde 1999.
    Contra males comunes

    Estas personas se acercan tanto a los indígenas que aún sin ser médicos conocen sus padecimientos.

    Coinciden en que la desnutrición, la diarrea y el piquete del papalomoyo –un zancudo que produce fuertes temperaturas y heridas donde pica– son los males más comunes.

    Estos cinco misioneros luchan por el bienestar de la zona, pero no son los únicos.

    Al otro lado del río Telire, en Amubri, los sacerdotes alemanes Bernardo Drüg y Bernardo Koch también hacen lo mismo.

    “Los padres Bernardos”, como algunos los llaman, llegaron en los años sesentas con sus biblias bajo el brazo, y dispuestos a ayudar.

    Uno de ellos pilotea una avioneta desde hace más de 20 años, y con ella –aseguran los lugareños– ha salvado la vida de niños y adultos en varias ocasiones.

    Al principio, cuenta la gente, los sacerdotes sacaban en brazos, o a caballo, a los indígenas heridos hasta el borde del río Telire. Luego buscaban un bote para llevarlos hasta el centro de salud más cercano.

    Los otros misioneros también han pasado por lo mismo.

    Voluntarios y más

    Whited, Orozco y Soo Lee viajan acompañados de médicos extranjeros que vienen al país como voluntarios. Se adentran en la montaña con medicamentos y, en ocasiones, con el equipo necesario para hacer cirugías.

    Precisamente, el próximo 22 de febrero, Whited entrará a Bajo Blay por tierra junto con personal de la Caja Costarricense de Seguro Social.

    En los últimos cinco años, la Caja ha enviado personal médico en helicóptero. Esta vez Whited lo acompañará para ayudarlos a trazar la ruta mediante un aparato que mide la altura y el punto de ubicación.

    La idea, explica Mauricio Ureña, doctor del Ebais de Suretka, es “dibujar” la zona en un mapa pues no existen senderos.

    Ureña pretende unir a todos los misioneros para trabajar en conjunto con la Caja.

    “Tienen mucha experiencia en la zona y están más cerca de los indígenas que nosotros. Conocen más su cultura, y llegan a lugares donde nosotros (la Caja) no llega”, agrega Ureña.

    Los primeros

    Elena Schlabach, esposa de Kenneth Orozco, cuenta que sus padres –Raymond y Susan, ambos estadounidenses– llegaron a Bambú en abril de 1964.

    “Mamá era la única médico en la zona, y papá se preocupó por aprender bribri, alfabetizar indígenas, y empezó a traducir el Nuevo Testamento al bribri”.

    La traducción fue un trabajo lento que luego fue heredado al misionero Pablo Williams, amigo de Raymond y Susan, quien visita la región una vez por semana.

    “Mis papás se concentraron en ofrecerle a los indígenas atención médica y, especialmente, ayuda espiritual. Ahora viven en Heredia, donde esperan pasar el resto de su vida, pero siempre tienen el corazón en Talamanca, donde crecimos mis hermanos y yo, y ahora lo hacen mis tres hijos”.

    La misión de sus padres también es suya. En estos días busca –junto a su esposo– útiles y uniformes para los niños de cuatro escuelas de Yorkín, en Bratsi.

    A unos kilómetros de Bambú, David Jones revela que el amor por las comunidades indígenas también le fue heredado de sus padres, que llegaron en 1951 a Chirripó.

    Él nació en la tierras altas de Chirripó, donde se convirtió en “un indio blanco”. Desde niño aprendió de la cultura cabécar e hizo suya la idea de educar a su pueblo.

    “Mis padres tradujeron el Nuevo Testamento al cabécar en 1993 y le enseñaron a los indios a leer en su idioma, y a seguir los caminos de Dios”.

    Hoy, él escucha el mismo llamado que quizá sus padres oyeron en los años cincuenta.

    Las tierras de Talamanca no son desconocidas para él. Aunque vivió en Chirripó siempre acompañaba a su padre, Aziel Jones, al Valle de la Estrella y a otras áreas cercanas...

    David Jones mira a su alrededor, suspira, y dice que se ve en el futuro, a los 80 años, caminando por la montaña saludando a sus hermanos.


    John Whited sueña con comprar un helicóptero y pilotearlo para llevar medicinas a la Alta Talamanca con más frecuencia.

    ¿Chozas en la jungla?

    Neyssa M. CALVO ACHOY / Al Día

    Un viaje en avioneta le cambió la vida a John Whited en 1992.

    Comprendió que su misión era ayudar a los indígenas, fundar su propio ministerio y, especialmente, llevar salud a los habitantes de Talamanca.

    Todo empezó, recuerda el misionero, mientras sobrevolaba Golfito.

    “Desde el cielo vi pequeñas chozas en la jungla. Jamás imaginé que se trataba de indígenas, no sabía que existían en Costa Rica”.

    En ese momento trabajaba con la Iglesia Metodista en la construcción de templos y casas pastorales. Así, tras un breve paso por Carolina del Norte, Estados Unidos, volvió al país. Sintió que tenía una misión.

    En su camino se cruzó el pastor costarricense Miguel Araya, y juntos empezaron a trabajar en las comunidades indígenas de Ujarrás, en Buenos Aires de Puntarenas.

    Ahí estuvieron un año. Después se trasladaron a Bribri, en 1993. Allá fundaron el Ministerio Agua Viva.

    Whited recuerda que al llegar a Talamanca las puertas se abrieron como por arte de magia. “Era el lugar donde Dios quería hacer su obra”, dice.

    Como en su casa

    Un indígena llamado Porfirio se encargó de presentarlos (a él y Araya) ante su pueblo.

    Ese fue el pase para que ahora puedan desplazarse por las comunidades, entre ellas Bajo Cuén, Bajo Blay o Alto Lari, como en si se tratara de su casa.

    Daisy Valladares, costarricense y esposa de John, cuenta que se enamoró de Talamanca en cuanto la conoció, y más aún cuando se convirtió en su hogar, en 1996.

    Su sueño, dice, era ser misionera en África, pero ahora “estoy convencida de que no tenía que salir para ayudar a los más necesitados”.

    Asegura que las puertas de su casa siempre están abiertas, en especial para los indígenas. “Ellos nos visitan sin avisar. A veces solo se sientan y no dicen una sola palabra, comen, descansan y emprenden de nuevo el camino a la montaña. Aquí se sienten seguros, y nosotros felices de darles una mano”.

    La pareja espera que sus hijos, John, de 3 años, y el que se forma en el vientre de su madre, puedan en el futuro experimentar la misma sensación.


    Raymond y Susan Schlabach llegaron a Bambú en 1964. En la foto se les ve cruzando el río Telire con Rebeca, su hija mayor. Foto reproducción Alexander OTÁROLA / Al Día

    El indio blanco

    Neyssa M. CALVO ACHOY / Al Día

    Es blanco, delgado, rubio y de ojos azules. Nadie diría que nació y creció en las tierras de Chirripó. Nadie diría que es un indígena más.

    “Yo soy David Jones, como la película de Indiana Jones”, dice en son de broma, mientras acomoda su cabellera lacia. En Volio, Talamanca, explica que es el menor de ocho hijos y que sus padres Aziel y Mariana Jones llegaron a Chirripó en 1951, donde trabajaron como misioneros.

    Recuerda que, de pequeño, en más de una ocasión lloraba porque quería subir a la montaña con su padre. Allí nació su deseo de seguir los pasos de su progenitor.

    La lengua materna de este hombre de 47 años es el inglés, pero comenta que habló primero cabécar antes que el español.

    Elena Schlabach y Keneth Orozco dedican su tiempo a ayudar a los demás en una zona donde las dificultades son muchas.

    Como los indígenas, aprendió a caminar en el bosque y a comer lo mismo que ellos. Cuando viaja a la Alta Talamanca, se queda en las chozas de ellos. “Comparten conmigo su comida y, si no hay, pues no comemos allá arriba”.

    A diferencia de otros misioneros, David Jones camina horas para llevar la palabra de Jesucristo a sus hermanos.

    Afortunadamente, dice, nunca se ha perdido ni ha sufrido un accidente. Si va muy lejos, como al Valle de la Estrella, por ejemplo, trata de quedarse más de una semana.

    Asegura que “su gente” necesita ayuda y escuchar la palabra. Él lleva el Nuevo Testamento en cabécar, que sus padres tradujeron.

    Sus hermanos Timoteo y Felipe son misioneros en Grano de Oro, Turrialba, y juntos siguen los pasos de sus progenitores, quienes regresaron a Carolina del Sur en 1996.

    Los hijos de David, Andrew, de 4 años, y Levi, de 3, corren y descubren Talamanca. Ahí donde “el indio blanco” y su esposa Luz “Lucy” Solano, enfermera, les hablan de la cultura cabécar y les muestran el camino para seguir a Dios.

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