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Muestra de cariño Ronny Zamora besó a su sobrino Daniel en las afueras del aeropuerto Juan Santamaría. Al pequeño lo tuvo en brazos desde el aeropuerto hasta el hotel Corobicí, donde ofreció una conferencia. Róger BENAVIDES/Al Día
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“Voy a salir adelante” Sylvia ALVARADO, enviada
Miami. Pese a su corta estatura, Ronny Zamora es un hombre grande. De esos con los que se puede hablar por horas y horas, como si lo conociera de toda la vida. Tal vez por eso, por primera vez, no pude hablarle de “usted” a un entrevistado.
Es un hombre educado, que intercala su verbo fluido con citas de escritores y teorías de Sigmund Freud, mientras se acomoda los anteojos y las dos pulseras con los colores de la bandera de Costa Rica que lleva en la muñeca.
A sus 43 años, conserva la mirada pícara del joven que, a los 15, ingresó a la cárcel. Ahora peina canas, seña clara de los 27 años que ha pasado allí.
Es agradecido y aún recuerda como, en 1977, el hoy presidente Abel Pacheco lo visitó y le inspiró a hablar “a tumba abierta”. Reconoce que el apoyo de la cónsul tica en Miami, Roxana Pacheco, y del Gobierno “fue clave” y no se cansa de decir que no tiene con qué pagar las cartas y oraciones de tantos costarricenses a los que ni siquiera conoce.
Sencillo y preparado en estudios de Historia y Administración de Negocios, que se “defiende bien” cocinando espaguetis y que sabe perfectamente cómo navegar en Internet o mandar un “e-mail”, aunque nunca lo ha hecho.
Pero, por encima de todo, es optimista y nunca dudó de que llegaría este día. Sueña con formar una familia y alcanzar el éxito.
“Voy a salir adelante”, me dijo la mañana del pasado jueves 27 de mayo, en una entrevista exclusiva en la sala de visitas de la prisión de Everglades y bajo la mirada de una guardia del penal y de varios internos, que entraban y salían con toda libertad.
La entrevista no fue publicada antes por una solicitud expresa suya y de su familia, en el sentido de que se diera a conocer solo cuando ya él estuviera en Costa Rica.
Ese jueves, a cinco días de abandonar la cárcel, Ronny fue claro en que prefería hablar del futuro y no del pasado, aunque insistió en que su abogado (Ellis Rubin) inventó la defensa de la intoxicación televisiva y dijo que desde el primer momento se arrepintió del “terrible error que cometió”. Sus recuerdos– ¿En qué momento creíste que ibas a salir?
– En enero.
–¿Y eso cambió tu vida?
– Un poquito.
–¿Un poquito, no te alegraste?
– Sí, por dentro, el eco de los gritos que pegué todavía retumba. Soy orgulloso pero humilde y sensible, y como soy socio (amigo) de algunos que nunca van a salir, trato de ser reservado, porque sé que lo que le da gozo a uno, le da tristeza a otro. No quiero provocar una reacción de envidia en que me vea forzado a responder. Lo he comentado con algunos con los que tengo cierta amistad, porque hemos sufrido desde hace años o con otros que también están a punto de salir, que tienen esa esperanza y que pueden permitirse ese lujo de soñar en voz alta.
– ¿Está ansioso, cuenta las horas?
– No. Lo creo cuando lo veo. He visto hombres que han firmado su salida y tienen a la familia esperándolos afuera y faltando minutos les han dicho: “Sorry”, pasó esto o aquello.
– ¿Qué se necesita para sobrevivir aquí?
– No meterse en los asuntos de los demás. En la calle, si alguien tiene un accidente, se cae a un lago o está en un incendio, uno se detiene a ayudar, pero aquí no se puede.
– Pero hay mucha ira contenida y eso puede causar accidentes.
– Sí, pero se controla. Creo que todos, desde pequeños, estamos condicionados a obedecer, y aquí, como en la calle, el hombre se reprime y aguanta esa ira.
– ¿Sentía ira porque no entendía por qué le había pasado esto, o más bien porque sentía que estaba aquí por su propia responsabilidad?
– La rehabilitación y el cambio vienen de reconocer que uno está aquí por su propia cuenta, que no fue el fiscal, ni el juez, ni el policía.
– ¿Arrepentirse ayuda a sobrellevar la cárcel?
– Sí, me entregué porque me arrepentí. Cuando me dí cuenta de lo que había hecho y salí corriendo de la casa. Entendí que había fallado. Por dentro sentía temor, arrepentimiento y hasta cierto punto entendía que iba a enfrentar muchas consecuencias. Sentía mucha vergüenza y ni yo mismo creía lo que había pasado. El futuro– ¿Cómo te ves en cinco años?
– Muy bien, exitoso en lo que sea que me haya dispuesto a lograr. Soy muy ambicioso y en cinco años voy a demostrar que verdaderamente merecía el apoyo del gobierno y de tantos costarricenses.
– Dice tu hermano que mete las manos al fuego, porque no vas a volver a cometer alguna falta.
– No jamás, eso es lo último.
–¿Qué queda de ese Ronny que entró a los 15 años?
–Humildad, el mismo amor que sentía por su familia. Sigo enamorado de Costa Rica. Queda ambición. Creo en Ronny. Yo voy a salir adelante. Siempre creí que yo era un chiquillo, un muchacho, un hombre decente que a pesar del terrible error que cometí, iba a demostrar que merecía otra oportunidad.
–Pese a lo que pasó aquí, ¿sentís que le debés algo a Estados Unidos?
–A este país bello y de gente buena, le debo la oportunidad que le dio a mis hermanos de salir adelante. Estoy en paz con Estados Unidos.
–¿Y a Costa Rica le debés algo?
–Mi futuro.
Saprissa, frijoles, aguacate...
– ¿Siempre seguiste interesado en Costa Rica?
–Sí, mamá quería que mantuviera contacto de primera mano con mi familia y con mi país. Aquí hay hispanos de unos 10 países y cuando nos reunimos, nos ponemos como chiquillos y cada uno dice que su país es el más bonito…
–¿Y con qué les “rajás” vos?
–Les digo que uno puede subir hasta un lugar que es el único en el mundo desde donde se pueden ver el Atlántico y el Pacífico a la vez y otras cosas que me llenan de orgullo como que mi equipo (Saprissa) es campeón (se ríe).
–¿Qué has oído nuevo de Costa Rica?
–Que se quiere establecer un tratado de libre comercio, que hay gran cantidad de extranjeros, que la droga aumenta entre nuestros jóvenes y no puedo creer que el dólar está a 400 colones y pico… es que la última vez que estuve allá (en 1975) estaba a ¢8,5.
–¿Te gusta o te molesta que en Costa Rica haya una gran expectativa por tu liberación?
–Me molesta.
–¿Por qué?
–Porque gracias a Dios, tengo mucho apoyo, pero sé que habrá personas que con todo derecho, van a juzgarme severamente y me gustaría que supieran que mi deseo no es ser una figura y estar en la prensa. No me creo nada especial. No estoy pidiendo esta atención y respeto a quienes no están de acuerdo con toda esta publicidad.
–En todos estos años debés haber pensado mucho en que querías hacer primero, cuando salieras. ¿Qué querés hacer?
–Sí. Quiero ir a dar una vuelta.
–¿Por dónde?
–Por San José o Turrialba. Caminar, mirar, respirar profundo. Quiero oír chiquillos gritando, el sonido de un río, del tren como el que pasaba a una cuadra de mi casa. Disfrutar las cosas pequeñas, como entrar a una pulpería o a un Burger King y poder ordenar algo.
–¿Y que querés comer primero?
–Un buen plato de arroz y frijoles negros, chorizo, un aguacate, yuca frita y una Coca Cola.
–¿Ya tenés la ropa para salir?
–No me complico. A mí me dan dos trapos y un par de sandalias y con eso estoy bien.
Sin amigos
Ronny afirma que no tiene amigos, solo socios, y que el apoyo de su familia siempre fue “mi motivación, mi batería, mi fórmula secreta para seguir adelante”.
“La vida aquí es difícil. Todo lo malo es tal y como vos lo creés, pero la gente olvida que todo lo malo que hay en una cárcel se originó en la misma sociedad y no quiere creer que hay hombres que se superan y que lo bueno también existe”.
– ¿Qué te intriga más de salir?
– Cositas pequeñas que hemos analizado en el curso de transición a la libertad, como entender cómo se dan las relaciones humanas afuera. Eso es lo que más me impresiona, porque en la cárcel las relaciones son muy diferentes.
– ¿Cómo son?
– Muy reservadas; hostiles.
–¿Aún en ese ambiente hostil, es posible hacer amigos?
– Socios. Amigos es una palabra muy fuerte.
– ¿Y cuál es la diferencia?
– Un socio es alguien con quien uno comparte cosas, como ser compañeros de clases o de un equipo. La máxima en una cárcel es saber que ese socio se va a ubicar al lado de uno en una pelea, no que lo va a defender, porque los verdaderos hombres no necesitamos que nadie nos defienda, pero sí que le hará saber a los demás que la pelea será entre dos y que no se va a meter nadie más.
– ¿Y ese respaldo se necesita muy a menudo?
– Yo ya no. Hace años estoy tranquilo y los demás perciben que no quiero meterme en dificultades. Perdón, prefiero usar la palabra desafíos porque, y aquí está hablando el machismo, las dificultades son para los débiles, los desafíos para los fuertes.
– ¿Sos machista, como buen tico?
– Sí, (ríe con una mueca de resignación).
– ¿Es cierto qué en la cárcel se hace cualquier cosa con tal de pasar el tiempo.?
–Es verdad. Leo mucho y antes hacía todos los deportes, pero ya no, porque esta cárcel fue diseñada para mantenernos encerrados. El patio es de puras piedras, pero sí corro mucho, para sobrellevar días de depresión y tensión.
– ¿Cómo es un día típico?
–En las mañanas voy a clases y uso las computadoras. En las tardes hago ejercicios y ayudo a limpiar “el patio”. Algunas noches veo noticias y concursos de belleza (sonríe). Las luces las apagan a las 11 p.m. pero me acuesto a las 10 p.m. después del último conteo que nos hacen sentados en la cama.
–¿Estás solo en una celda?
–No, con un americano.
–¿Y él es un buen socio?
–Sí. A él le faltan tres meses y a mí, si Dios quiere, tres o cuatro días, así que no estamos para hacer amistad sino para prepararnos para salir. A veces, pasamos horas sin hablarnos, porque estamos planeando qué vamos a hacer. Ese lujo no nos lo habíamos dado antes porque ¿pa'que construir castillos en el cielo? Pero ahora que sabemos que nos vamos, eso ocupa gran parte de nuestro tiempo.
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Está
aquí. 12:10
pm. Salón Cahuita, Hotel Corobicí.
Ronny Zamora en compañía de su hermano
Manuel "Manny" y su hermana Lisa Yolanda,
leyó una carta que escribió en inglés,
cuando venía de vuelta hacia Costa Rica.
Róger
BENAVIDES / Al Día
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...Y llegó al país Alejandra MADRIGAL Á alemadrigal@aldia.co.cr
A las 11:41 a.m. de ayer, Ronny Zamora atravesaba una de las puertas del aeropuerto internacional Juan Santamaría, para saludar a su familia y empezar una nueva vida.
Tenía casi una hora de estar en el país. Un vuelo de American Airlines lo había traído desde Miami, donde guardaba prisión en la cárcel de Everglades, por el homicidio en 1977 de una anciana. Ronny tenía en ese entonces 15 años.
Atrás se quedaban los dos custodios que le acompañaron desde Miami, dejaba los años de prisión y ahora se encontraba con los brazos de su madre Yolanda, su padrastro Manuel, sus hermanas Lisa e Ivannia, y su sobrino Daniel, a quien cargó en brazos desde que salió de la terminal aérea.
Se le veía desorientado, sonreía de forma discreta y solo pronunció al salir dos frases: “Muchas gracias Costa Rica. Estoy contento”. “Estoy arrepentido”En una microbús verde, Zamora y su familia accedieron a conversar con la prensa, pero de forma breve en una conferencia en el salón Cahuita, del Hotel Corobicí.
Al hombre, de 42 años y de baja estatura, se le veía tranquilo, pero muy callado. No quiso dar declaraciones, mientras caminaba hacia el salón.
Ante la prensa, Zamora leyó una carta que escribió cuando venía en el avión. En ocasiones, la letra erre se perdía en su acento.
“Mi mensaje será breve. Siempre he pensando que la mejor manera de guardarle respeto a la familia de la víctima y a mi propia familia, es no buscar la publicidad”, decía Zamora, haciendo pausas al hablar.
Le dio gracias a Dios por su liberación y por la oportunidad de volverse a reunir con su familia y regresar al país.
“Hace 27 años, cometí decisiones muy equivocadas. Estoy muy arrepentido por lo que hice. Desde entonces he intentado pagar mi deuda a la sociedad, con dignidad y he luchado mucho por mejorarme”, expresaba.
Sus palabras estaban a punto de terminar, no sin antes agradecer a su familia el apoyo que siempre le dio, al presidente Abel Pacheco y a la cónsul costarricense en Miami, Roxana Pacheco, por las diligencias hechas a su favor.
“Gracias a mi familia, su amor ha sido sin condiciones. Han sido verdaderamente la motivación, lo que me ayudó a superar todos estos años en la cárcel”, afirmaba. Un cuarto pintadoLisa, Ivannia y Porfirio, hermanos de Ronny, aseguraban que él quería formar una familia, tener hijos, trabajar, tener una vida cotidiana y comer jocotes.
Porfirio, quien viajó con Ronny, no pudo describir la sensación de saber a su hermano en el mismo vuelo y con destino a Costa Rica.
En el viaje, la maleta con ropa nueva para Ronny se extravió, pero aún así tienen un cuarto recién pintado esperándolo, en su natal Turrialba.
Además de la ropa, el pastel que le hizo su hermana Rebeca, también se perdió.
“Estaba muy ansioso, solo tenía tres horas de estar en libertad. No me lo puedo imaginar. Está bien, feliz, nervioso. Todas las emociones que son apropiadas”, contó su hermano.
Con su familia, Ronny también fue de pocas palabras, pero de múltiples abrazos y miradas.
Su hermano viajó en el mismo avión en la sección delantera. Ronny y sus custodios estuvieron en la trasera. Ambos hermanos no se pudieron reunir dentro del avión, sino que lo hicieron en la zona de Migración del Santamaría: un abrazo fue suficiente para sellar el profundo sentimiento.
Del aeropuerto al hotel, Ronny se sumió en un silencio, contaron sus hermanos. No decía nada y solo llevaba entre sus brazos a Daniel.
Sobre el futuro de su hermano, Porfirio pedía “una oportunidad. Él quiere trabajar con jóvenes que están en posiciones similares a la que estaba él y tener un impacto positivo”.
La familia de Zamora se quedó ayer en San José y posiblemente hoy lleve a Ronny hasta Turrialba.
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