Miércoles 23 de junio, 2004. San José, Costa Rica.


 


 

 

Tribuna libre

El tercer hombre

José María Penabad

La Habana.– La caída del Imperio Rojo (“Imperio del mal”, bautizó el XL Presidente norteamericano) implicó una entente cordiale de Reagan y Gorbachov. Hechos registrados. Pero no solo dos personajes. Un “conspirador” tercer hombre responde a la trascendental gesta: Juan Pablo II.

El tercer hombre, film de Carol Reed, 1949, que provocó furor universal a inicios de los 50, cautivó con una trama musicalmente acompasada por la admirable e impresionante cítara de Antón Karas. Casi medio siglo después, el espíritu de aquella intriga de celuloide se personalizó en el exmandatario, recientemente fallecido, el exlíder soviético y el sucesor de Pedro.

Abajo el muro de Berlín, fin del comunismo matriz, clausura de la guerra fría... recuerdos estelares de la etapa de ocho años, en la Jefatura del Estado, que la actualidad acaba de rescatar, desde el 5 de junio, 2004, fecha del deceso de Ronald Wilson Reagan, a los 93 años de edad.

En el centro del Capitolio de Washington, los actos ceremoniales recogieron una escena singular: el solitario homenaje, monólogo de silencio, de Mihail Gorbachov a su excolega yacente. Gobernantes, ambos, con letras de oro en la Historia.

El día 2 de junio, 1979, el avión de Alitalia aterrizaba en el aeropuerto de Varsovia con El tercer hombre a bordo. Nadie podía aventurar el impacto de la visita, a su tierra, del nuevo Papa polaco.

Unas fechas antes, el camarada Breznev exigió, al Secretario General del comunismo de Polonia, la cancelación del viaje. El despacho del aludido respondió que no podía impedir el arribo del apóstol de la Iglesia, nacido en el país. “Maneje el asunto con cuidado para que después no tenga que arrepentirse”, concluyó Moscú.

Todas las campanas de todas las iglesias sonaron a rebato en el amplio espacio territorial de la nación católica, nativa de Carol Wojtyla. Flores y entusiasmo. Canciones de alegría y desbordante emoción. Lloraba el Papa y lloraban las 300 mil personas que lo aclamaban. El Kremlin no creía lo que veía. Y ante un televisor portátil, en su rancho de California, el presidente Reagan contemplaba el momento, impresionado, hasta el punto de derramar lágrimas.

La evolución de los sucesos de Polonia estremeció los cimientos del arco iris soviético. La URSS amenazó con la invasión, pero Reagan salió al paso reiteradamente, controlando las amenazas del supremo poder rojo. Walesa consolidó el sindicato Solidaridad. Y William Casey, director de la CIA, entregó al Papa, en Roma, una fotografía obtenida por satélite, donde se apreciaba la multitud y un punto blanco en el centro: la recepción al Pontífice de sus compatriotas.

Aquella foto inspiró a Reagan la frase de que existía la tercera superpotencia en la pequeña Ciudad/Estado Vaticano, con una superficie de 0,5 kilómetros cuadrados. No lejos de otra expresión, no menos memorable, de Stalin, en sentido contrario, cuando en plena II Guerra Mundial preguntó cuántas divisiones tenía el Papa romano.

Y cuando alguien otorga a Juan Pablo II el mérito de acabar con el comunismo (oriundo), Su Santidad afirma: “No fui yo. El árbol estaba putrefacto. Le di un buen meneón y las manzanas podridas se cayeron”.

Lo inmortal es imperecedero. Los viejos solo asumimos testimoniales recuerdos...

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