Asignatura pendiente Edwin Arguedas
La celebración de los famosos “Días internacionales” está lejos de constituirse en la solución de los grandes problemas sectoriales que nos afectan, pero al menos sirven para la reflexión colectiva de aquellas asignaturas que aún están pendientes.
Por eso, cerca del Día Internacional de la Mujer, que se celebrará el 8 de marzo, es imposible no discurrir sobre las implicaciones personales y sociales de la violencia de género.
Lamentablemente, las cifras en América Latina asustan. Una encuesta realizada en el 2001, en el área metropolitana de Santiago, la capital chilena, reveló que el 50,3 por ciento de las mujeres había vivido algún tipo de situación violenta con su pareja. En Bolivia (período 1997-1998), un 25 por ciento reportó haber sido víctima de violencia psicológica; y un 13,9 por ciento, de violencia física con amenaza para su vida.
Los datos nacionales son igualmente preocupantes. De 1991 al 2000, por ejemplo, la agresión en el hogar mató más mujeres (191) que el sida (70). Solo en el 2001, el Ministerio de Salud registró 2.343 casos de violencia intrafamiliar, el 83 por ciento de los cuales tuvo como víctimas a mujeres. La OPS estima que en el país podría haber 300.000 familias con este tipo de problemas.
Detrás de estas frías cifras hay miles de historias con rostros que muestran los severos efectos de este flagelo para la salud y el desarrollo. La violencia que padecen a diario decenas de mujeres costarricenses es un problema social y cultural extendido, que solo sale a la luz cuando toma la forma de tragedia.
El problema principal reside en que, con frecuencia, el maltrato es aceptado como un rasgo “natural” de la cultura, que forma parte del ámbito privado de parejas y familias. Pero ojo: cualquier forma de dominación es perniciosa, y en ningún caso debe ocultarse bajo el pretexto de la intimidad. La violencia de género no es una cuestión privada, aunque los moretones, el dolor y la humillación se queden dentro de las cuatro paredes de una casa.
Por eso, es preciso luchar para que deje de ser considerada como una cuestión “muy íntima o personal”, y se la entienda como lo que es: una conducta delictiva que debe ser prevenida y penada.
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