Domingo 9 de mayo, 2004. San José, Costa Rica.



 

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El lunes, Marina y Karina López preparaban la mesa para procesar el cacao. Catato López las ve y los niños Bryan y Nadia esperaban el momento de saborearlo.
Abelardo FONSECA/Al Día

Bribri se endulza

Vender chocolate artesanal y orgánico es una de las nuevas apuestas económicas de los indígenas talamanqueños

Jéssica I. MONTERO SOTO

Watsi, Bribri. A los bribris les gusta el chocolate fuerte. Lo prefieren amargo, como lo han hecho sus ancestros desde tiempos inmemoriales.

Pero desde hace un año, por una capacitación dada, producen para la venta uno más suave.

Con el apoyo de varias instituciones, el grupo de mujeres de Bribri –en el cual también hay dos hombres– el cacao y lo convierte en bolas pequeñas de chocolate. Cuando cada una se mezcla con leche caliente produce dos tazas de la bebida.

Además:

  • Tierra amiga
  • Herramientas sin tiempo
  • Con este negocio intentan aumentar los ingresos provenientes de la venta de artesanías y la crianza de algunos animales, que hasta hoy, a duras penas, les permite obtener lo necesario, explica Jorge Barquero, asesor técnico de sitio del Programa Ambiental Regional para Centroamérica, patrocinador de la capacitación para la gente de Watsi.

    El lunes 2, Al Día visitó Watsi, en Bribri de Talamanca, para ver el proceso de producción del chocolate y las expectativas que la comunidad tiene puestas en el renacer de la industria cacaotera.

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    Claudina y Karina se turnan para mover las semillas de cacao mientras se tuestan. Trabajan en “El artesano”, un local donde venden artesanías, pues aún no cuentan con un espacio físico apto para su microempresa.
    Abelardo FONSECA/Al Día
    Nuevas técnicas

    Marina López dirige a Claudina y a Karina, quienes llegan a ayudarla en la preparación del chocolate. Claudina es adulta, o así lo parece, aunque no conoce su edad exacta; Karina tiene 21 años y es hija de Catato López, uno de los varones que apoya al grupo.

    Varias familias siembran cacao para procesarlo, pero no les alcanza para hacer chocolate, entonces deben comprar todo el orgánico que necesitan a la Asociación de Productores de Talamanca.

    Luego de cinco días al sol, recogen las semillas, ya listas para ser tostadas. En “El artesano”, como llaman al local donde exhiben sus productos, las tuestan en el fogón tradicional.

    Desde el año pasado utilizan cocinas de gas, que facilitan el trabajo y permiten el tostado que se requiere para darle el punto exacto al chocolate.

    Cuanto las semillas están listas Marina y Karina se lo llevan a la mesa para pelarlas. Ésa es la parte más cansada de la labor. No porque demande mucha fuerza, sino porque es un proceso lento y tedioso, que debe hacerse a la mayor velocidad posible.

    Poco después de que ellas empezaron se les une Catato. Claudina queda a cargo del cacao que aún debe pasar por el fogón.

    Una vez peladas, las semillas pasan de nuevo por el fuego y finalmente, se muelen. Durante esta etapa las mujeres se turnan y hacen ajustes en la máquina. “Tiene que ser de segunda, para que quede bien, porque las piezas si no están gastadas, no agarran bien”, explica Marina.

    Las bolitas de chocolate se hacen igual que las de masa, pero éstas son oscuras y olorosas. “Pesan cerca de 25 gramos, pero la verdad depende de la mano”, asegura la líder.

    Más producción

    Para ferias turísticas y otras actividades masivas –como la feria que habrá en Zarcero el próximo 15 de mayo–, el grupo debe producir hasta 500 bolas. Eso significa trabajar fuerte durante dos días.

    Para hacer 10 bolitas ocuparon dos horas, con cinco personas trabajando, y aún deben pasar un día secándose antes de poder venderlas. “Nos enseñaron a ponerlas a secar en un mantel, pero nosotros preferimos usar las hojas, que son de nuestra tradición”, dice Catato.

    La mayor parte de las veces les solicitan chocolate con azúcar, que se le aplica en partes iguales: a dos kilos de chocolate, dos kilos de azúcar. Y también pueden agregarle canela, clavo de olor y hasta vainilla. Todos los ingredientes adicionales encarecen el producto y aumentan el trabajo para las 19 mujeres de Watsi involucradas con el proyecto. Cuando solo llevan el azúcar y están listas para mezclarlas con la leche usando el kushli (molinillo), las bolas de chocolate cuestan ¢200 cada una.

    El grupo está solicitando fondos para hacer mejoras en su local de trabajo y aumentar la producción, pues la demanda supera sus capacidades productivas, sobre todo porque trabajan en sus casas, en parejas, ya que en la tienda de artesanías todavía no hay un lugar dedicado al cacao.

    Por ahora seguirán trabajando en las viviendas, turnando la producción de las bolitas de chocolate con la manufactura de bolsos, maracas y adornos hechos con base en técnicas tradicionales, el cuidado de los niños, la producción de frutas, verduras o animales para consumo casero y llevando cada nuevo curso que ofrecen en la zona las organizaciones sociales, para tener nuevas herramientas de lucha.


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    El cacao crece como un arbusto más en la finca de Catato López. Las familias que tienen cacao hacen su propio chocolate, amargo como les gusta.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    Tierra amiga

    Los bribris de hoy comparten su conocimiento con los visitantes

    Jéssica I. MONTERO SOTO

    Los bribris han usado el cacao desde siempre. Igual que las demás plantas, frutas y semillas de Talamanca.

    Ahora ellos quieren sacar provecho de su conocimiento. Por eso en algunas fincas –como la de Catato López, en Watsi– desarrollan proyectos de turismo para los interesados en conocer la biodiversidad talamanqueña desde la sabiduría indígena.

    La verdad, desconocen los nombres de muchas plantas. No necesitan llamarlas para saber sus beneficios. “Esta es pintura, y esta también, pero hay que cocinarla”, explica Catato señalando algunos matojos.

    “Esta es pita, y la usamos en artesanías. Pero primero hay que quemarla, dejarla ocho días y después rasparla. Lo malo es que tiene un agua que pica, pero el bejuco es largo y muy bueno”.

    Detrás hay otra planta que bien podría pasar por otra de pita, pero no: produce un bejuco más corto.

    Aquí y allá hay ramas, hojas, tallos y frutos buenos para los dolores de cabeza, del estómago, aliviar problemas en los riñones o ayudar en la cicatrización.

    La finca de López está a unos 3 kilómetros del centro de Bribri. Él recibe a los visitantes en grupos y negocia el precio (unos ¢1.000 por persona).

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    Catato López abre su finca a los turistas. Allí les muestra los usos que durante siglos le han dado a las plantas y frutos. Usando técnicas heredadas de sus antepasados, los bribris de hoy obtienen fibras de la planta de pita.
    Abelardo FONSECA/Al Día
    Delicias silvestres

    Algunas plantas de cacao, unas del rojo y otras del amarillo, crecen sin orden aparente. Catato toma un fruto de los amarillos y lo parte. Las semillas están envueltas en pulpa blanca y delgada. Tienen un sabor ligeramente ácido, imposible de comparar con el chocolate que después saldrá de las semillas.

    Catato se separa un momento para meterse bajo las ramas de un árbol de follaje espeso. Al seguirlo encontramos manzanas de agua. Más allá hay naranjas, cases y limones. Sin duda esta tierra es fértil.

    Al final del recorrido entramos a “la rancha” de las artesanías. Allí todo está construido según las tradiciones, asegura el indígena, y aprovecha para explicar cómo se dispara con su arco y flecha, y cuál se usa para cada presa.


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    Nadia López, de 3 años, acompaña a su mamá y a su abuela en las actividades de artesanía y cacao. Mientras ellas trabajan, Nadia se encarga de conversar con los visitantes.
    Abelardo FONSECA/Al Día

    Herramientas sin tiempo

    En un bolso se lee kais, chú y bitini, nombres de pájaros en bribri. Doris López, de 21 años, apenas logra traducir como garza, gallina de monte “y no me acuerdo”. Los detalles y las leyendas abundan en las artesanías que un grupo de mujeres de Watsi ofrece en “El artesano”, un pequeño comecio. Ellas solicitan, atentamente, a los visitantes dejar una contribución “si solo vienen a tomar fotos y no van a comprar”.

    Allí hay canastas de todo tamaño, formas y colores. También tejidos, elementos de cocina y collares hechos con “lágrimas de San Pedro” (semillas de una planta común en la zona), bejuco y dientes de puma, pizote y chancho de monte.

    Los precios de las piezas van desde menos de ¢1.000, para las cosas más pequeñas y sencillas (monederos, pulseras), hasta los ¢12.000 de un tambor muy elaborado y con sonido potente. Pero la mayor parte de las cosas cuesta entre ¢1.200 y ¢2.000.

    A cada pieza la acompaña la descripción de su confección y su uso. En en local está siempre alguien del grupo, que podría no lograr traducir algún nombre, pero nunca dejar de explicar cómo se usa cada instrumento.

    “El artesano” lleva seis años en Watsi, y se encuentra a unos 2 kilómetros del centro de Bribri.

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