Perspectivas
La escuelita del PRI José Melendez
La imagen no se me olvida: un día de enero de 1986, pude ver al entonces dirigente político Miguel Ángel Rodríguez, del Partido Unidad Socialcristiana, cuando conducía una camioneta azul, cerca del Parque Morazán, en la que destacaba una enorme calcomanía, en blanco, azul y rojo, en el ventanal trasero: “No queremos un PRI en Costa Rica”.
En ese entonces, todo era válido para tratar de obtener votos, porque don Rafael Ángel Calderón Fournier era candidato presidencial del PUSC y enfrentaba a don Óscar Arias, aspirante de Liberación Nacional. El argumento de fondo de la calcomanía era que, si Arias ganaba, el PLN completaría ocho años consecutivos en la Presidencia (el entonces mandatario era don Luis Alberto Monge, del PLN), y existía el peligro de que los liberacionistas se aferraran al poder, como sucedía en México desde la década de 1920 con el PRI. O sea, el peligro era que el país quedara en manos del partido único.
Pero había otro mensaje implícito. Instalado en la opulencia, en medio del desolador panorama de miseria en México, el PRI ya estaba elevado a la categoría de partido insignia de lo que han sido gobiernos corruptos en América Latina. Es decir, si el PLN ganaba, se equipararía con el PRI porque la corrupción sería la madre de todos los gobiernos. Y la corrupción golpeaba fuerte, por aquellos años, al PLN.
A causa de mi trabajo periodístico de esas épocas, investigué aspectos controversiales de la presencia mexicana en Costa Rica, como la del narcotraficante mexicano Rafael Caro Quintero (marzo-abril de 1985) y su nexo con autoridades políticas costarricenses, hoy todavía impunes.
Y también investigué otro caso controversial: la presencia en Costa Rica de don Armando León Bejarano, suegro de don Rafael Ángel y cuestionado por presuntas irregularidades en México como gobernador de Morelos, de 1976 a 1982, siendo militante del PRI.
Con los escándalos de corrupción que ahora golpean al PUSC, recuerdo la calcomanía y que, por ejemplo, don Miguel, don Rafael y otros políticos costarricenses viajaron a México, en 1998, para visitar a Carlos Hank González, gran dinosaurio de la política mexicana y quien al morir, en el 2001, dejó una herencia detestable: él era el símbolo máximo de la escuela mexicana de la corrupción.
Pienso en la calcomanía y pregunto: ¿cuántos alumnos ticos han pasado por esa escuela y se han graduado con honores?
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