Domingo 17 de octubre, 2004. San José, Costa Rica.


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Un rótulo publicitario indica la entrada a “Café Moro” en la terraza del Castillo del Moro, sobre calle 3.
Allen CAMPOS/Al Día

El Castillo de Amón

Un comercio podría servir para restaurar valioso edificio josefino

Jéssica I. MONTERO SOTO

Tiene gárgolas en las esquinas, una torre, paredes altas y una terraza con fuente. No hay forma de equivocarse, es un castillo europeo en el centro de San José.

Como muchas otras casas de barrio Amón –lugar concebido por un francés a finales del siglo XIX– el Castillo del Moro fue construido con la inspiración importada de Europa, pero no de las tendencias dominantes en Inglaterra o Francia, sino de la parte morisca de España.

Si pasa hoy por esa esquina, entre avenida 13 y calle 3, un letrero le anunciará que en la terraza está el “Café Moro”.

La familia Guier Echeverría lo abrió hace dos semanas para pagar las reparaciones de la casa, que también es su hogar y patrimonio arquitectónico del país desde noviembre del 2000.

Todo lo que se ve por fuera está restaurado –muros, ventanas, terraza–, tras más de un año de trabajo. Pero según los dueños, el interior aún no puede arreglarse porque resulta muy caro hacerlo sin que el Castillo pierda belleza.

Según Jorge Guier, dueño de la propiedad, el “Café Moro” es un proyecto familiar que busca obtener dinero y a la vez aprovechar el espacio abierto en la terraza; además, se enmarca en una iniciativa municipal para atraer turismo y comercio a barrio Amón.

“El estilo moro de la casa se refleja en la 'tonalidad' del menú, con platos del Mediterráneo, aunque también ofrecemos todo lo tradicional”, explica Laura Echeverría, esposa de Guier.

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Este arco, en el interior de la vivienda, divide el espacio social de la casa.
Reproducción de Herbert ARLEY/Al Día
De oídas

No fue posible ir más allá del café, aunque intentamos convencer a los dueños hablándoles de la fascinación que provoca en mucha gente esa construcción. Ellos lo saben, por eso el arquitecto encargado, Diego Meléndez, y el proveedor de los azulejos, Antonio Doninelli, trabajan por ese encanto moro sin cobrar; no obstante, prefieren dejar los secretos en la intimidad de los salones y aposentos. “Queremos mostrarla hasta que esté linda otra vez, para que la gente vea algo bonito”, explica Echeverría.

Yanory Álvarez, la historiadora del Ministerio de Cultura que redactó el informe previo a la declaración de patrimonio arquitectónico, recorrió la propiedad en 1998 y recuerda que quedó impactada.

“Es preciosa, son varios niveles y en todos está presente esa sensación espaciosa, de habitaciones grandes. Tiene detalles impresionantes, como un espacio interno en el que hay mesitas con los mismos azulejos de las paredes; además, tiene muebles antiguos que, probablemente, estaban ahí desde que la compró el monseñor Carlos Humberto Rodríguez Quirós, quien se la heredó a Guier, su sobrinonieto”.

En el reporte para ese Ministerio, hecho con la ayuda del arquitecto Miguel Herrera, la historiadora describe dos niveles principales con aposentos intermedios, paredes de ladrillo repellado y pisos de mosaico y otros elementos propios del estilo “mudéjar” o arquitectura árabe en un país cristiano.

“Es una buena interpretación de la arquitectura árabe vigente en la península ibérica en el momento de la reconquista y los siglos inmediatos”, señala.

“Tanto dentro como fuera hay gran cantidad de azulejos, decorados con arabescos y filigranas en relieves”, dice el texto, en el que también se describe un comedor central rodeado por columnas y arcos. Se contaron dos mil losetas cerámicas con escenas de “El Quijote” y varias reproducciones del pintor español Francisco de Goya, escudos de las regiones españolas y de las provincias de Costa Rica, todas en azulejos.

Si bien el reporte de Álvarez no menciona cuántos cuartos hay ni tampoco el tamaño de la propiedad, sí describe con mucho detalle los remates de los muros, la decoración de las ventanas, el piso, el techo... todo construido con la intención de imitar una residencia real.

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